“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre, él nos guiará aún más allá de la muerte” Salmos 48:14
Lizzie Atwater abrazó con fuerza a su bebé y esperó mientras las bandas de merodeadores cercaban el lugar donde vivía. Dada su posición de misionera en la China durante la sobrepoblación bóxer de agosto de 1900, solo podía esperar una muerte segura y brutal en manos de los fanáticos que habían jurado vengarse de los extranjeros.
No obstante, aun en medio del terror, Lizzie encontró una vía de esperanza. Esto es lo que escribió a su hermana y al resto de su familia, poco antes de su muerte: “Anhelo ver sus rostros amados; pero temo que no podrá ser en esta tierra. Me preparo para el fin en quietud y calma. El Señor está maravillosamente cerca, y no me fallará. Me sentía muy inquieta y nerviosa cuando creía tener alguna posibilidad de seguir con vida; pero Dios me ha quitado esos sentimientos, y ahora solo oro por gracia del cielo para enfrentarme al fin con valor. Pronto, el dolor cesará para siempre, y… ¡Ah, que dulce será la bienvenida, allá arriba!’
En enero de 1956, en la selva ecuatoriana, Roj Youderian encontró la muerte en manos de los indígenas aucas a quienes trataba de evangelizar. Días después de que se encontrara su cuerpo, su esposa Bárbara escribió esto en su diario: ‘Hace dos días, Dios me dio este versículo del Salmo 48: “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aún más allá de la muerte” (vers. l4).
En septiembre de 1956, en el Congo Belga, la Sra. Lois Carlson se esforzaba por escuchar las noticias en su radio de onda corta, a pesar de la interferencia reinante. Los nacionalistas de Simba habían invadido el hospital del Dr. Paul Carlson. De vez en cuando, el Dr. Carlson |podía enviar subrepticiamente un breve mensaje por onda corta. Lois captó este mensaje: No sé a dónde he de ir ahora, pero sé que estaré con él”. Días después captó otro mensaje: “Se que estoy listo para encontrarme con mi Señor, pero pensar en ti hace que sea más difícil. Confió en que podré testificar por Cristo”. Quienes descubrieron el cuerpo asesinado del Dr. Carlson, encontraron en el bolsillo de su chaqueta un ejemplar del Nuevo Testamento. En la contratapa, el médico había escrito la fecha (el día anterior a su muerte) y una sola palabra: “paz”.
Paz frente a la peor de las circunstancias. Paz en los momentos más angustiosos. Paz en la desesperación, en el desastre, en la presencia misma de la muerte. Hoy, la paz de Dios es un regalo especial para nosotros. Sea cuales fueren las circunstancias de nuestras vidas, la situación en que nos encontremos, aferrémonos por la fe a su propuesta y promesa: “Escucharé lo que hable Dios, el Señor, porque promete paz a su pueblo” (Sal. 85:4).
Abrazamos nuestros oídos. Escuchemos su voz. Oigamos hoy nuestras almas su promesa de paz.