“La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día se perfecto” Proverbios 4:18
Dwight L. Moody, uno de los evangelistas más prolíficos de la era moderna, siempre tuvo avidez por aprender. Deseaba intensamente crecer día a día en Cristo.
Durante una de sus largas travesías evangélicas, Moody viajaba en tren con un cantante apellidado Towner, cuando un hombre ebrio, con un ojo morado, los reconoció y se puso a cantar himnos a los gritos. El evangelista no quería vérselas con el hombre, de modo que intentó pasarse a otro vagón, pero Towner le dijo que todos los demás vagones ya iban llenos.
En eso, uno de los conductores pasó por el pasillo, y Moody, todavía molesto, lo detuvo para informarle del incidente. El conductor se acercó al hombre ebrio y lo apaciguó, lo llevó luego aparte para lavarle y vendarle el ojo herido, y por último lo trajo de nuevo a su asiento, donde el hombre se quedó profundamente dormido.
Tras reflexionar un rato al respecto, Moody le confesó a su amigo que esto había representado una gran lección para él. El conductor había actuado como el buen samaritano, mientras que el propio Moody se había comportado como un fariseo indiferente. A partir de entonces, avergonzado de su actitud, Moody contó este incidente en cada predicación que ofreció durante el resto de aquel viaje misionero.
Aunque era un predicador poderoso, Moody solía sentarse a los pies de los conferenciantes invitados, Biblia en manco, para tomar nota de sus sermones. Era un vivo ejemplo de docilidad docente: siempre dispuesto a aprender, a crecer, a descubrir más y más de la verdad de Dios.
Puede que Dios trate de revelarnos algo hoy…
Las circunstancias que a diario enfrentamos revelan quienes somos, pero también nos modelan. Si no albergamos enojo ni resentimiento en nuestro corazón, no habrá circunstancia —por dura que sea— que despierte ese sentir en nosotros. Si no guardamos amargura en nuestro interior, no habrá injusticia que la agite. Si no albergamos lascivia, no habrá seducción que nos incite. Si no nos falta honradez, la oportunidad de engañar no la provocará.
Día a día, las circunstancias de nuestras vidas muestran lo que realmente hay, o no hay, en nuestro corazón. Dios quiere mostrarnos abiertamente lo que hacemos y lo que somos, para que enfrentemos ambas cosas con entereza. A veces nos permite ver revelaciones dolorosas de quiénes somos realmente, a fin de que podamos, conscientemente, entregarle todo a él. Él puede encargarse eficazmente de lo que nosotros no sabemos cómo manejar.
Permitamos que su Espíritu nos revele hoy lo que realmente hay en nuestro corazón, y propongámonos seguir creciendo en Jesús.