«Por tanto, todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor». 2 Corintios 3:18, RVA15
CUANDO UNA PERSONA se aparta de las imperfecciones humanas y contempla a Jesús, ocurre una transformación divina en su carácter. Fija sus ojos en Cristo como sobre un espejo que refleja la gloria de Dios y, al contemplarlo, se transforma a la misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor. […]
Apartemos nuestros ojos de las imperfecciones de otros y fijémoslos firmemente en Cristo. Estudiemos su vida y carácter con corazón contrito. No solo necesitamos ser iluminados, sino vivificados para poder ver el banquete que está delante de nosotros, y para comer y beber la carne y sangre del Hijo de Dios, que es su Palabra. Al degustar la buena Palabra de vida, alimentándonos con el Pan de vida, podremos ver el poder del mundo venidero y ser nuevas criaturas en Cristo Jesús. Si recibimos sus dones seremos renovados en santidad, y su gracia producirá fruto en nosotros para la gloria de Dios.
El Espíritu Santo revela a Cristo en la mente y la fe se posesiona de él. Si aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal, conoceremos por experiencia el valor del gran sacrificio hecho en nuestro favor en la cruz del Calvario. El Espíritu de Cristo, al obrar sobre el corazón, lo moldea a su imagen, ya que Cristo es el modelo sobre el cual trabaja el Espíritu. Mediante el ministerio de su Palabra y sus providencias, a través de su obra interna, Dios estampa la semejanza de Cristo en el corazón.
Poseer a Cristo es nuestra primera obra y revelarlo como Aquel que puede salvar hasta lo sumo a todos los que acuden a él, es la obra que le sigue en importancia. Servir al Señor de todo corazón es honrar y glorificar su nombre, ocupándonos de cosas santas, teniendo la mente llena de las verdades vitales reveladas en su santa Palabra. […]
La bondad, la humildad, la mansedumbre y el amor son los atributos del carácter de Cristo. Si tenemos el espíritu de Cristo, nuestro carácter se modelará a semejanza del suyo.— Carta 74, 1897.