«Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre este ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación». Juan 6:27, NVI
NO PODEMOS DECIRLE al ambicioso que debe dejar de serlo si quiere ser cristiano. Dios coloca delante de él los más elevados objetos que podemos ambicionar: un manto blanco inmaculado, una corona tachonada de joyas, un cetro, un trono de gloria, un honor que es tan duradero como el trono de Jehová. Todos los elementos de carácter que ayudan al ser humano a tener éxito y ser honrado en el mundo: el deseo irrefrenable de hacer algún bien mayor, la voluntad indómita, el esfuerzo tenaz, la perseverancia incansable, no han de ser desechados. Han de permanecer y, mediante la gracia de Dios recibida en el corazón, han de cambiar de dirección. Estos valiosos rasgos de carácter se han de usar de una manera mucho más elevada y noble que los propósitos mundanos, como los cielos son más altos que la tierra.
Jesús presenta un manto blanco, una corona de gloria más rica que la que jamás haya adornado las sienes de un monarca, y títulos por encima de los que tienen los honorables príncipes. La recompensa de una vida dedicada al servicio de Cristo excede a cualquier cosa que la imaginación humana pueda abarcar. Cristo no demanda que los seres humanos pongan a un lado su celo, su deseo de superación y elevación; sino quiere que busquen, no tesoros perecederos u honores transitorios, sino lo que es perdurable. […]
Dios se agrada cuando los que se esfuerzan por la vida eterna apuntan alto. Habrá poderosas tentaciones para complacer los rasgos naturales del carácter, como adquirir sabiduría mundana, maquinar y ambicionar de manera egoísta, acumulando riquezas en detrimento de la salvación, la cual tiene un valor mucho mayor. Pero cada tentación resistida es una victoria de valor inapreciable ganada al someter el yo; doblega las facultades al servicio de Jesús, y aumenta la fe, la esperanza, la paciencia y la tolerancia. […] Al ser instados a luchar por la victoria, con la fortaleza de Jesús apuntemos hacia la corona celestial repleta de estrellas. «Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, a perpetua eternidad» (Dan. 12: 3).— The Review and Herald, 25 de octubre de 1881.