«¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!». Salmo 139:14, NVI
LA VIDA TAN SOLO se nos da transitoriamente, y todos debiéramos preguntarnos: ¿Cómo puedo invertir mi vida de modo que rinda el mayor provecho posible? La vida es valiosa únicamente si la empleamos para el beneficio de nuestro prójimo y la gloria de Dios. El cultivo cuidadoso de las facultades con que el Creador nos ha dotado nos capacitará para la utilidad aquí y la vida eterna en el mundo venidero.
El tiempo bien empleado es el que se dedica al establecimiento y conservación de la buena salud física y mental. […] Es fácil perder la salud, pero es difícil recuperarla. […]
No podemos permitirnos empequeñecer o dañar una sola función de la mente o del cuerpo por el trabajo excesivo o por el abuso de cualquier parte de la maquinaria viviente. Tan ciertamente como lo hagamos, sufriremos las consecuencias. Nuestro primer deber ante Dios y el prójimo es desarrollar todas nuestras facultades. Debiera cultivarse hasta el máximo grado de perfección cada facultad con que el Creador nos ha dotado, para sí poder hacer la mayor cantidad de bien posible. Se necesita la gracia de Cristo para refinar y purificar la mente, lo cual nos capacita para ver y corregir nuestras deficiencias y para mejorar lo que es excelente en nuestro carácter. Esta obra, efectuada en nosotros por la fortaleza y el nombre de Jesús, será de más beneficio para la sociedad que cualquier sermón que podamos predicar. La influencia de una vida equilibrada y en orden es de un valor incalculable. […]
Pocos todavía se han dado suficientemente cuenta como para comprender cómo sus hábitos de alimentación se relacionan con su salud, con su carácter, con su utilidad en este mundo y con su destino eterno. El apetito siempre debiera estar sometido a los órganos de la moral y la inteligencia. El cuerpo ha de ser siervo de la mente, y no la mente del cuerpo. Todos deben entender en cuanto a su organismo físico lo que el Salmista pudo decir: «¡Te alabo porque soy una creación admirable!».— The Review and Herald, 23 de septiembre de 1884.