«Así como los hijos de una familia son de la misma carne y sangre, así también Jesús fue de carne y sangre humanas, para derrotar con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo». Hebreos 2:14, DHH
¡MARAVILLOSA COMBINACIÓN de hombre y Dios! […] Él [Cristo] se humilló • al adoptar la naturaleza humana. Lo hizo para que se cumpliera la Escritura, y el Hijo de Dios entró en ese plan conociendo todos los pasos de su humillación, que descendió para expiar los pecados de un mundo condenado y que gemía. ¡Qué humildad! Los ángeles se maravillaron. La lengua no puede describirla, la imaginación no puede abarcarla. ¡El Verbo eterno con-sintió en volverse carne! ¡Dios se hizo humano! Fue una humildad maravillosa.
Pero descendió más todavía. Como ser humano, debió humillarse como tal para soportar insultos, reproches, vergonzosas acusaciones y maltratos. No parecía haber un lugar seguro para él en su propio territorio. Tuvo que huir de un lugar a otro para salvar su vida. Fue traicionado por uno de sus discípulos; fue negado por uno de sus más celosos seguidores. Fue escarnecido. Fue coronado con una corona de espinas. Fue azotado. Fue forzado a llevar la cruz.
No fue insensible a ese desprecio e ignominia. Él se sometió, pero sintió la amargura como ningún otro ser pudiera haberla sentido. Era puro, santo e inmaculado y, sin embargo, fue tratado como un criminal. El adorable Redentor descendió desde la más elevada majestad. Paso a paso se humilló hasta morir, ¡y qué muerte! Era la más vergonzosa, la más cruel: la muerte en la cruz como un malhechor. No murió como héroe a los ojos del mundo, cargado de honores, cómo mueren los hombres en las batallas. Murió como un criminal condenado, suspendido entre los cielos y la tierra: murió una penosa muerte de vergüenza, expuesto a los vituperios e injurias de una multitud degradada, criminal y licenciosa. […]
Toda esta humillación de la Majestad del cielo fue por los seres humanos culpables y condenados. Se rebajó cada vez más en su humillación, hasta donde ya no había más profundidad a la cual descender, con el propósito de sacar a los seres humanos de su deshonra moral. Todo esto lo hizo por nosotros.— The Review and Herald, 4 de septiembre de 1900.