“Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar. Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu ha dicho me ha vivificado”. Salmos 119: 49, 50
La Palabra de Dios es poderosa. Nos imparte esperanza en los momentos de desánimo; consuelo en la aflicción; y vida en la desesperación. Despeja nuestra confusión y nos da paz cuando nos asalta la duda. Vivifica nuestros corazones en nuestras horas más oscuras.
Cuando tuve la oportunidad de entrevistar a1 pastor Mikhail Kulakov — dirigente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la que en sus días fuera la Unión Soviética—, quedé profundamente conmovido.
Este verdadero gigante de la Palabra se dedica actualmente a supervisar la traducción de las Escrituras al idioma ruso, pero en su juventud vivió bajo la más terrible opresión del régimen comunista.
A sus escasos veinte años, el gobierno soviético lo sentenció a prisión, condenándolo a trabajos forzados en los campos de concentración, y al ostracismo, privándolo a menudo por semanas enteras de todo contacto con su familia. Más de una vez se preguntó entonces si —fuera de la muerte o del olvido— habría algún futuro para el.
Un día, le llego una encomienda al campo de concentración. Su madre le había enviado algunos alimentos y con ellos, escondido en el fondo de la caja, un gastado ejemplar del Nuevo Testamento.
Cuando el censor reviso la encomienda y descubrió las Escrituras, las tiró, pero al hacerlo, las tapas y las páginas se soltaron y volaron por el aire, en todas direcciones. Como era de esperarse, el censor le negó a Kulakov el privilegio de quedarse con ellas, pero en la confusión, mientras recogía las páginas tiradas, no se dio cuenta de que el joven ya se había guardado una en el bolsillo.
Al regresar a la barraca, Kulakov leyó ávidamente la hoja de las Escrituras que había logrado rescatar. Cuando llegó al texto de Juan 17:24: “Padre, que aquellos que me has dado estén conmigo donde yo esté”, su corazón saltó de gozo. Este solo pasaje de la Escritura lo sostuvo largamente con ánimo. Jesús, su amado Salvador, no quería que él viviera en esas barracas sucias, malolientes e infestadas de ratas. Quería que estuviera con él en el cielo mismo.
Este solo versículo influyó tan positivamente en Kulakov, que marcó un nuevo comienzo para él. Y lo mismo puede suceder con nosotros. Permitamos hoy que las promesas de Dios nos llenen de fe y de valor, alegrando nuestro corazón y elevando nuestro espíritu.