“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte”. Apocalipsis 2:11
La arena del tiempo, manchada de sangre, habla de la fe del Nuevo Testamento por la que valía la pena morir. Fileas —ejecutado por su fe en el año 306, en Alejandría— fue muestra de ello; pero antes de morir, dejó un bello testimonio de su fe, registrado más tarde por testigos presenciales.
Como digno representante de su clase, el joven y rico Fileas había servido honorablemente en asuntos públicos. Además, era casado y tenía hijos que le daban muchas satisfacciones. En su época, convertirse al cristianismo significaba arriesgarlo todo, pero él corrió ese riesgo gozosamente. Tras su arresto, el prefecto de Roma en Egipto procuró inducirlo a abandonar su fe.
-Libera tu mente de esta locura que se ha apoderado de ti —le urgió.
Y Fileas le contestó con calma:
Nunca he estado loco y estoy muy en mis cabales ahora.
—Bien —declaró entonces el prefecto—, sacrifica a los dioses.
Pero Fileas respondió que él sólo podía ofrecer sacrificios a su Dios.
—¿Qué tipo de sacrificios le gustan a tu Dios? —le preguntó-. A lo cual contestó:
—La pureza de corazón, una fe sincera y la verdad.
A lo largo del interrogatorio, Fileas se mantuvo en pie frente al juez. Con su familia llorando detrás de él, testificó elocuentemente en favor de su fe. Cuando lo presionaron nuevamente a abandonar su fe, Fileas declaro:
—El Salvador de todas nuestras almas es Jesucristo, a quien sirvo en estas cadenas… He pensado mucho sobre mi situación, y estoy decidido a sufrir por él.
Poco después, Fileas fue decapitadlo. La gente como él nos inspira a ser fieles a la pureza del evangelio. Nos instan a volver a la fe firme de los creyentes del Nuevo Testamento, a la entrega de los discípulos, a la fe imperturbable de los mártires. El cristianismo de hoy es a menudo fácil, acomodaticio y sin cruz; cuesta muy poco. No tiene columna vertebral. Es el producto de una fe débil que requiere poco y nada de sacrificio real; una fe superficial que promete a sus seguidores salud, riqueza y estatus social.
Si, Jesús ofrece vida en abundancia (Juan 10: 10), pero también la cruz.
El Maestro dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mat. 16:24). Jesús es la perla de gran precio (Mat. 13.46). Sea lo que fuere, bien vale la pena dejarlo todo por él. Su incalculable valía, su insuperable encanto, su inestimable valor hacen que todos nuestros sacrificios se desvanezcan en la insignificancia. Él vale lo que cuesta.