Devoción Familiar 2023 Para el: 05 marzo
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre”. 1 Pedro 1:23
Robert Wong es una de las personas más vibrantes y alegres que jamás haya conocido. Tuve la fascinante oportunidad de conversar con él durante un viaje a Hong Kong en el que me contó de sus quince años de encierro bajo el régimen comunista, tras haber sido condenado a prisión por compartir su fe cristiana.
Durante su encarcelamiento, el Sr. Wong pasó los primeros cuatro años en confinamiento solitario. En los siguientes cuatro años, sólo le permitieron recibir una visita familiar por mes, de apenas cinco minutos.
Mientras me contaba su odisea, me impresionó ver cuán positivo y alegre se mostraba ante la vida. No noté en él ni un solo trazo de amargura o de resentimiento. Este hombre parecía exudar únicamente el espíritu de Cristo.
¿Cómo puede ser? me preguntaba. ¿Qué lo habrá sostenido durante esos años de aislamiento? Pronto lo supe. El Sr. Wong me contó que, como parte de un plan de aniquilamiento de la identidad personal, a los prisioneros no se los llamaba por sus nombres, sino por el número que se les asignaba al encarcelarlos. Un día, mientras caminaba en el patio de la prisión, el Sr. Wong escuchó a alguien llamar al preso 105, y desde entonces no pudo olvidar este número.
Más tarde se dio cuenta de que ése era el número de uno de sus himnos favoritos en el himnario chino (en castellano lo conocemos como “Dadme la Biblia”, o No. 197). Aprovechando que una vez al mes le permitían escribir a su familia un mensaje de no más de cien caracteres chinos, tan pronto como tuvo la oportunidad les escribió unas líneas que firmó con el número 105.
Reconociendo esta clave, la siguiente vez que sus familiares pudieron visitarlo se las ingeniaron para entregarle, disimuladamente, un ejemplar de las Sagradas Escrituras. Nunca olvidaré la expresión del rostro del Sr. Wong cuando me dijo:
—¡Ah! ¡Eso fue lo que me sostuvo!
La Biblia lo sostuvo. Antes, sólo repetía constantemente los versículos que recordaba de memoria, pero ahora tenía el libro precioso entero en sus manos.
Hay en la Palabra de Dios un poder transformador impresionante. El Espíritu Santo, que habla por su medio, cambia la vida. La Palabra de Dios nos fortalece en nuestras tribulaciones, nos capacita para superar los obstáculos y para sobreponernos a los desengaños y desalientos. Nos inspira a enfrentar con valor los retos de la vida, y nos eleva y anima cuando estamos angustiados. La Palabra de Dios es el pan espiritual que nos nutre (Mat. 4:4), el agua de vida que sacia la sed terrible del alma Juan 7:37), la luz que ilumina la oscuridad de nuestro sendero y nos guía en el viaje de nuestras vidas (Sal. 119: 105).
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Lecturas Devocionales Familiares 2023
«SOBRE TIERRA FIRME »
Por: MARK FINLEY
Colaboradores: Familia Mariscal & Paty Solares
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