«Nuestra vida y nuestra muerte ya no son nuestras, sino que son de Dios». Romanos 14:7, TLA
HAGÁMONOS LA PREGUNTA: «¿Qué es mi vida para Dios y para los demás?». No hay nadie que viva para sí mismo. Ninguna vida se vive en terreno neutral. Nuestros conceptos de la vida pueden tener la influencia del enemigo de toda justicia, de modo que no comprendamos su vasta importancia; pero […] no podemos desprendernos de nuestra responsabilidad y vivir sin tomar en cuenta la vida futura, inmortal y todavía cumplir con nuestro deber para con Dios y el prójimo. Cada uno es una parte del gran tejido de la humanidad, y cada uno tiene una influencia muy amplia. No podemos cumplir las obligaciones que descansan sobre nosotros por nuestros propios medios. Debemos tener la ayuda divina para cumplir nuestras responsabilidades, a fin de que nuestra influencia lleve la debida dirección y sea una influencia que recoja con Cristo.
Todos nuestros talentos de tiempo, capacidad e influencia fueron concedidos por Dios y se los debemos devolver en servicio voluntario. El gran propósito de la vida que Dios nos dio, no es el de conseguir ventajas temporales, sino la obtención de los eternos privilegios del reino de los cielos. El Señor compró todo lo que hay en nosotros por la preciosa sangre de Cristo, y retener lo que le pertenece a él es un robo de la peor especie.— The Youth’s Instructor, 13 de septiembre de 1894.
Nuestra vida no es nuestra, nunca lo fue y nunca lo será. La pregunta importante es: ¿Está entretejida mi vida con la de Jesús? […] Seremos juzgados por el ambiente mismo que rodea nuestra alma, ya que es vital e influye en las almas para bien o para mal. […]
Si nos relacionamos con Dios, temiéndolo, amándolo, obedeciéndolo y dándole al mundo un ejemplo vivo de lo que debiera ser la vida cristiana, cumpliremos con nuestra obligación ante Dios y el prójimo. Debemos demostrar en nuestra vida lo que significa amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Conectados con el Dios de la sabiduría y el amor, demostraremos al mundo el hecho de que no vivimos para este mundo, sino para lo que no es temporal sino eterno.— The Youth’s Instructor, 21 de junio de 1894.