«Entonces, ¿quién nos condenará? Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e intercede por nosotros». Romanos 8:34, NTV
CRISTO JESÚS es representado como estando continuamente ante el altar, ofreciendo de manera constante el sacrificio por los pecados del mundo. Ministra en el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no los seres humanos. […] No se necesitan más expiaciones diarias y anuales, pero el sacrificio expiatorio mediante un Mediador es esencial debido a que siempre se cometen pecados. Jesús está oficiando en la presencia de Dios, ofreciendo su sangre derramada como el Cordero inmolado. […]
Cristo, nuestro Mediador, y el Espíritu Santo interceden constantemente en favor de los seres humanos, pero el Espíritu no suplica por nosotros como lo hace Cristo que presenta su sangre, derramada desde la fundación del mundo; el Espíritu obra sobre nuestro corazón, provocando oraciones y arrepentimiento, alabanza y agradecimiento. […]
Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la confesión arrepentida del pecado ascienden desde los verdaderos creyentes como un incienso hasta el santuario celestial; pero al pasar por los corruptos canales de la humanidad, quedan tan contaminados, que a menos que sean purificados con sangre, nunca pueden ser de valor ante Dios. No ascienden con pureza impecable, y no son aceptables a Dios a menos que el Intercesor que está a la diestra de Dios los presente y purifique con su justicia. Todo el incienso de los tabernáculos terrenales debe estar humedecido con las purificadoras gotas de la sangre de Cristo. Él sostiene delante del Padre el incensario de sus propios méritos, en el cual no hay mancha de corrupción terrenal. Reúne en este incensario las oraciones, las alabanzas y las confesiones de su pueblo y añade su propia justicia inmaculada. Entonces, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo, asciende el incienso delante de Dios plena y enteramente aceptable.— Manuscrito 50, 1900.
Ojalá comprendieran todos que toda obediencia, todo arrepentimiento, toda alabanza y todo agradecimiento deben ser colocados sobre el fuego ardiente de la justicia de Cristo. La fragancia de esa justicia asciende como una nube en torno del propiciatorio.— Mensajes selectos, t. 1, p. 404.