“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan”. Apocalipsis 1:1
El pintor y dibujante Thomas Nast solía efectuar una prueba interesante en sus exposiciones. Tomaba un lienzo de seis pies de largo por dos de ancho y lo colocaba horizontalmente sobre un caballete. Enseguida, esbozaba en él un paisaje con verdes praderas, ganado pastando, sembradíos, una granja, un cielo radiante y nubes algodonadas: una escena campestre encantadora, que la gente aplaudía con entusiasmo.
Y momentos después, la transformaba… la ensombrecía… Borraba el cielo brillante, los sembradíos y las praderas. Con lo que más que trazos parecían cuchilladas cargadas de color, arrasaba con toda la composición anterior, convirtiendo su obra en imágenes abstractas, plasmadas de ira. Y luego, corriéndose a un lado, exclamaba:
¡Ahora sí! ¡Ahora sí está listo!
La gente no sabía cómo responder. ¿Debían aplaudir. . . o llorar?
Entonces, Nast le pedía a uno de sus asistentes que colocara el lienzo en posición vertical. Y la escena… cambiaba por completo. Era ahora una cascada bellísima, precipitándose desde un acantilado de rocas oscuras, bordeado de árboles y arbustos: una composición realmente magnífica.
Es posible que veamos el cuadro de los tiempos del fin, como algo caótico y pavoroso, con sus anuncios de infortunios, sus toques de trompetas de condenación y las plagas que devastarán la tierra. Quizá lo percibamos como una serie trágica de nubes oscuras o aun de cuchilladas sobre el lienzo. Pero Jesús endereza el cuadro, y con él, el planeta entero. De pie y en todo su esplendor —como Alfa y Omega de los tiempos; como estrella resplandeciente de la mañana; y como comandante en jefe de las huestes celestiales, que viene al rescate de los suyos—, Jesús es quien llena de gloria y de esperanza el cuadro de los tiempos del fin.
Él es el héroe del Apocalipsis. En el versículo 11 del capítulo 4, el vidente de Patmos lo presenta como Creador todopoderoso, a quien el cielo entero alaba con estas palabras: “Señor y Dios, digno eres de recibir gloria, honra y poder: porque tu creaste todas las cosas, por tu voluntad existen y fueron creadas’. En Apocalipsis 5:6 lo describe como un “Cordero. . . inmolado”. A él se eleva el cántico nuevo que dice: “Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (5:9).
Este es el Cristo del Apocalipsis: el Creador todopoderoso, el Redentor amoroso que perdona nuestros pecados, el Juez justo, sabio y misericordioso, y el Rey de gloria que vendrá.