«Se levantará nación contra nación y reino contra reino». (Marcos 13:8, RV95)
La Segunda Guerra Mundial estaba casi terminada. Hacía tiempo que Italia había salido de la guerra; Alemania se había derrumbado, pero los japoneses seguían resistiendo. Continuaron haciendo la guerra contra los aliados en el Pacífico. Finalmente, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos procuró forzar la rendición japonesa lanzando una bomba atómica sobre Hiroshima, Japón. Fue la primera bomba de este tipo que se lanzó sobre una nación en tiempos de guerra. La bomba pesaba 5 toneladas y tenía la misma potencia que 15,000 toneladas de TNT. La terrible explosión arrasó 10 kilómetros [4 millas] cuadrados de la ciudad, matando instantáneamente a 80,000 personas. Tres días después, ya que Japón no se había rendido, se lanzó una segunda bomba nuclear sobre Nagasaki.
Estos bombardeos pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y, según muchos, salvaron miles de vidas. Sin embargo, en cierto modo fueron el comienzo de la Guerra Fría de los Estados Unidos con la Unión Soviética. En cuatro años, los soviéticos habían construido su propia bomba nuclear, y así comenzó la carrera armamentística. Hoy en día sigue habiendo más de 13,000 misiles y bombas nucleares en el mundo, la mayoría en Rusia y los Estados Unidos. Además de estos dos países, Francia, Gran Bretaña, Israel, China, India, Corea del Norte y Pakistán tienen armas nucleares también. Y varios países más están a punto de fabricarlas. Se estima que ahora mismo hay suficientes bombas nucleares en la tierra para destruir el mundo varias veces.
Jesús dijo que antes de que él venga de nuevo habrá guerras y rumores de guerras, y que el corazón de la gente fallara por miedo a lo que vendrá sobre la tierra. Dijo que se levantaría nación contra nación y reino contra reino. Hoy esta profecía se está cumpliendo ante nuestros ojos. Los hombres y las mujeres racionales están haciendo todo lo posible para evitar la guerra nuclear. Aun así, si ocurriera, no hay ningún lugar al que podamos correr para escapar de sus horrores. Lo que podemos hacer es confiar en Jesús durante estos tiempos difíciles, hasta que él venga de nuevo para llevarnos a casa.