Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás os permitáis sentir que no se os aprecia debidamente ni se tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es demasiado difícil. Toda murmuración sea acallada por el recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor trato que el que recibió nuestro Señor. “¿Y tú buscas para ti grandezas? ¡No las busques!” Jeremías 45:5.—El Ministerio de Curación, 378 (1905).
CRISTO RESTAURA LA AUTOESTIMA
No debe ser difícil recordar que el Señor desea que usted deposite sus problemas y perplejidades a sus pies, y que los deje allí. Vaya a él, diciendo: “Señor, mis cargas son demasiado pesadas. ¿Quieres llevarlas en mi lugar?” Y él contestará: “Yo las llevaré. “Con misericordia eterna tendré compasión de ti”. Llevaré tus pecados y te daré paz. No sigas menospreciándote, porque te he comprado con mi propia sangre. Eres mío. Fortaleceré tu voluntad debilitada. Yo quitaré tu remordimiento por el pecado”.—Carta 2, 1914; Testimonios para los Ministros, 519, 520.
CONSEJO A UNO QUE HABÍA PERDIDO LA AUTOESTIMA
Jesús lo ama, y me ha dado un mensaje para usted. Su gran corazón de infinita ternura suspira por usted. Le envía el mensaje de que puede recuperarse de la trampa del enemigo. Puede recobrar su respeto propio. Puede llegar al punto de considerarse no como un fracasado sino como un vencedor por medio de la influencia elevadora del Espíritu de Dios y gracias a ella. Aférrese de la mano de Cristo y no la suelte.—Medical Ministry, 43 (1903).
CULTIVE LA AUTOESTIMA
No es la voluntad de su Padre celestial que continuamente estén bajo tribulación y tinieblas. Debieran cultivar la autoestima, viviendo de tal modo que sean aprobados por su propia conciencia, y delante de los hombres y los ángeles […]. Tienen el privilegio de ir a Jesús y de ser limpiados, y de estar delante de la ley sin vergüenza y remordimiento. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Romanos 8:1. Aunque no debemos pensar en nosotros mismos más de lo debido, la Palabra de Dios no condena un debido respeto propio. Como hijos e hijas de Dios, debiéramos tener una consciente dignidad de carácter, en la cual el orgullo y la importancia de sí mismos no tienen parte.—The Review and Herald, 27 de marzo de 1888; Nuestra Elevada Vocacion, 145.