Después de explicarles a los ricos su condición, Santiago dirige su atención a sus «hermanos», que seguramente muchas veces eran víctimas de los ricos. Mientras que aquellos que viven para sí mismos y a expensas de los demás deben temer el futuro inminente, el pueblo de Dios debe mirar el futuro con paciencia y esperanza. Para los que están en contra de Dios, el futuro es peor de lo que creen; para los que viven entregados a él, es mucho mejor de lo que jamás podrían imaginar.
Por medio de parábolas que van desde la agricultura hasta la devastadora historia de Job, Santiago les recuerda a sus oyentes que la paciencia y la perseverancia no son conceptos nuevos en el ámbito de una vida de fe. Paciencia y perseverancia es lo que necesitan los agricultores que desean alimentar a sus familias, los profetas que repetidamente dan el mismo mensaje a las naciones idólatras, un hombre de Dios que se pregunta por qué sus circunstancias son las que son y un creyente que trata de mirar con los ojos de la fe hacia el futuro. En todas estas circunstancias, la persona está ciego al futuro (¡incluso al presente!), porque no puede verlo con claridad. Debe confiar en Aquel que sí puede.
En este tiempo de espera, las palabras continúan revelando el estado del corazón. Santiago advierte a sus oyentes que no se quejen ni juren, ya que ambas cosas traen condenación y juicio a su paso. «Ustedes también tengan paciencia y manténganse firmes, porque muy pronto volverá el Señor» (Sant. 5: 8). No importa cuán improbable, incontrolable o lejano pueda parecer, el Señor Jesús viene, y todo lo que él ha prometido se cumplirá con total certeza.