En cada ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transfigurados por su gracia, en “la luz de Jehová nuestro Dios”. Salmos 90:17. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón que parecía muerto a todos los asuntos espirituales, se despertaron nuevos impulsos. A más de uno que había perdido la esperanza se presentó la posibilidad de una nueva vida.—La Educación, 80 (1903).
SU CORAZÓN ERA UN MANANTIAL DE VIDA
Se dice a menudo que Jesús lloraba, pero que nunca se supo que haya sonreído. Nuestro Salvador fue a la verdad un varón de dolores experimentado en quebranto, porque abrió su corazón a todas las miserias de los hombres. Pero aunque su vida era abnegada y ensombrecida por dolores y afanes, su espíritu no quedaba abrumado por ellos. En su rostro no se veía una expresión de amargura o dolor, sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era un manantial de vida, y donde quiera iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría.—El Camino a Cristo, 121, 122 (1892).
CRISTO NUNCA FUE APASIONADO
Cristo practicó en su vida sus propias enseñanzas divinas. Su celo nunca lo llevó a ser apasionado. Manifestó consecuencia sin obstinación, benevolencia sin debilidad, ternura y amor sin sentimentalismo. Era muy sociable y sin embargo poseía una reserva y dignidad que no estimulaban familiaridades indebidas. Su temperancia nunca lo llevó al fanatismo ni a la austeridad rigurosa. No se conformó a este mundo, y sin embargo no fue indiferente a las necesidades del más pequeño entre los hombres. Estaba pendiente de las necesidades de todos.—Manuscrito 132, 1902; El Evangelismo, 461.