«Felices los que se conducen sin tacha y siguen la enseñanza del Señor». Salmo 119: 1, DHH
DIOS, EL GRAN GOBERNADOR del universo, ha sometido todo a leyes. La florecilla y el frondoso roble, el grano de arena y el poderoso océano, el rayo de sol, la lluvia y el viento, todos obedecen a las leyes naturales. Pero el ser humano ha sido colocado bajo una ley superior. Se le ha dado un intelecto para que vea y una conciencia para que sienta los grandes preceptos de la gran ley moral de Dios, que es la expresión de lo que él desea que lleguen a ser sus hijos.
Dios ha manifestado tan claramente su voluntad que no hay necesidad de equivocarnos. Él desea que todos tengan una correcta comprensión de su ley, que sientan el poder de sus principios, porque en esto están implicados sus intereses eternos. El que tiene una comprensión de los extensos alcances de la ley de Dios puede entender algo de la atrocidad del pecado. Y cuando más exaltadas sean sus ideas sobre los requerimientos de Dios, tanto mayor será su gratitud por el perdón que se la ha concedido. […]
El pecador no puede hacer frente a las exigencias de Dios con sus propias fuerzas. Debe acudir en busca de ayuda al que pagó el rescate por él. […]
Cristo es nuestras esperanza. Los que confían en él son limpiados. La gracia de Cristo y el gobierno de Dios van juntos en perfecta armonía. Cuando Jesús se convirtió en el sustituto del ser humano, la misericordia y la verdad se juntaron, y la justicia y la paz se besaron. La cruz del Calvario de testimonio de las elevadas exigencias de la ley de Dios.-The Signs of the Times, 31 de julio de 1901.
La ley de los Diez Mandamientos no se debe contemplar tanto desde el lado prohibitorio como desde el lado de la misericordia. Sus prohibiciones son una segura garantía de la felicidad en la obediencia. Cuando se la recibe en Cristo, obra en nosotros la pureza de carácter que nos proporcionará gozo a través de edades eternas. Para el obediente es una muralla de protección. Contemplamos en ella la bondad de Dios, quien revelándoseles a los seres humanos los principios inmutables de justicia, procura escudarlos de los males que resultan de la transgresión.- Carta 96, 1896.