«Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá». Juan 15: 7, NVI.
SON INESTIMABLES LOS PRIVILEGIOS acordados al que permanece en Cristo. […] La preocupación de Cristo circunda a sus fieles seguidores; sus deseos están de acuerdo con su voluntad; sus peticiones son redactadas por su espíritu. Obtienen respuesta a sus oraciones porque piden las bendiciones que él se complace en derramar.
Pero diariamente se ofrecen miles de oraciones que Dios no puede contestar. Son oraciones sin fe. «Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan» (Heb. 11: 6). Hay oraciones egoístas que proceden de un corazón que oculta ídolos. […] Hay oraciones vanidosas, indiferentes, quejosas a causa de las cargas y las preocupaciones de la vida, en lugar de buscar humildemente la gracia que las aligere. Los que ofrecen estas peticiones no permanecen en Cristo. No han sometido su voluntad a la voluntad de Dios. No cumplen con la condición de la promesa, y esta no se cumple para ellos.
Los que permanecen en Jesús tienen la seguridad de que Dios los oirá, porque a ellos les complace hacer su voluntad. No ofrecen una oración formal, que es mera palabrería, sino que acuden a Dios con una confianza fervorosa y sencilla, como un hijo a un padre tierno; derraman ante él la historia de sus dificultades, temores y pecados, y presentan sus necesidades en el nombre de Jesús; se retiran de su presencia gozándose en la seguridad del amor perdonador y de la gracia sustentadora.— The Review and Herald, 11 de septiembre de 1883, pp. 577, 578.
Sintiendo que Jesús está a nuestro lado, tendremos gozo, esperanza, ánimo y alegría […] en todos nuestros esfuerzos. […] La sabiduría del cielo guiará nuestra mente y sostendrá nuestro espíritu. […] Nunca, nunca nos separemos de Jesús. Él nunca se separa de nosotros. En la cruz del Calvario ha dado evidencia de su profundo amor por nosotros. No nos abandona para que peleemos las batallas con nuestra propia fortaleza finita. Él nos dice: «No te desampararé ni te dejaré» (Heb. 13: 5). […] Jesús no nos echa, aun cuando lo aflijamos; él nos ase firmemente. Que nuestro corazón se anime con el amor de Jesús y se ponga en ardiente actividad para gloria suya.— Carta 5b, 1891.