«El Señor le dijo: “Sal Y quédate de pie sobre el monte ante el Señor, que el Señor va a pasar»». 1 Reyes 19: 11, LPH
ESTA ES LA ORDEN que recibe todo aquel que mira su desánimo, se lamenta de sus debilidades y le da al mundo un ejemplo de desconfianza en Dios, rehusando mirar y vivir. […] Agradamos al enemigo de Dios y de los seres humanos manteniéndonos en la caverna de las tinieblas, donde no existe un solo rayo de la luz de vida. […]
Quiero elevar mi voz y hablar por Jesús: Quienquiera que crea en él no perecerá, sino que tendrá vida eterna. Salgamos de la caverna por la fe. Contemplemos a Jesús, nuestro ayudador. Contemplemos al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Miremos a nuestro Sacrificio expiatorio levantado en la cruz, al Inocente muriendo por el culpable. […]
Esta ofrenda de sí mismo fue plena y amplia. No faltaba nada. Verdaderamente fue una expiación completa y amplia la que se hizo. Entonces, ¿por qué […] manifestar mediante palabras y ejemplos que Jesús murió en vano por nosotros? Después de esta manifestación de amor que no tiene paralelo, estamos diciendo con nuestras palabras de duda y lamentaciones de desánimo: «Él no me ama. Él no me perdonará. Mis pecados son demasiado grandes para ser perdonados por la sangre de Jesús. La ofrenda no es de valor suficiente para pagar la deuda que yo debo por el rescate de mi alma».
¡Si los hombres y las mujeres únicamente pudieran contemplar cuánto exalta a Satanás y le da honor su incredulidad, sus murmuraciones y sus lamentos, mientras privan a Jesucristo de la gloria que le corresponde en la obra de salvarlos plena y completamente de todo pecado! […] Salgamos de la caverna de las tinieblas. Eduquemos nuestro intelecto para discernir lo que Jesús es para nosotros. Eduquemos nuestra mente para estar en el monte delante de Dios, mediante la fe, fuertes en Dios bajo cualquiera y cada tentación. […]
En el monte tendremos una visión correcta de Jesús. Satanás no tendrá poder para arrojar su sombra infernal entre nuestra alma y Jesús, para eclipsar nuestra contemplación de Jesús, para falsificarla y estimular nuestro corazón a una cruel incredulidad de su bondad, su misericordia y su amor con el cual nos ha amado.— Manuscrito 42, 1890, pp. 21-23.