«Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio». Juan 16: 8, RVA15
COMO EL CONSOLADOR ha de venir y los convencerá de pecado, de justicia y de juicio, cuiden de no resistir al Espíritu de Dios. […] Estén dispuestos a discernir lo que él les revele. Sometan su voluntad, los hábitos que por tanto tiempo han idolatrado y que les son peculiares, para que puedan recibir los principios de la verdad.— The Review and Herald, 12 de abril de 1892, p. 225.
Cristo nos ha proporcionado, al costo de un sacrificio y sufrimiento infinitos, todo lo que es esencial para el éxito en la lucha del cristiano. El Espíritu Santo proporciona poder y capacita a los seres humanos para vencer. El gobierno de Satanás debe ser subyugado mediante el poder del Espíritu. Es el Espíritu el que convence de pecado, y quien, con el consentimiento del ser humano, expele el pecado del corazón. La mente, entonces, es puesta bajo una nueva ley: la ley real de la libertad.— The Review and Herald, 19 de mayo de 1904.
El Señor Jesús actúa mediante el Espíritu Santo, pues este es su representante. Por medio de él infunde vida espiritual en el ser, avivando sus energías para el bien, limpiándola de la impureza moral y dándole idoneidad para su reino. Jesús tiene grandes bendiciones para otorgar, ricos dones para distribuir entre los hombres. Es el Consejero maravilloso, infinito en sabiduría y fuerza, y si queremos reconocer el poder de su Espíritu y someternos a ser amoldados por él, nos haremos completos en él. ¡Qué pensamiento es este! En Cristo «habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Y vosotros estáis completos en él» (Col. 2: 9, 10).
El corazón humano nunca conocerá la felicidad hasta que se someta a ser amoldado por el Espíritu de Dios. El Espíritu conforma el ser renovado al modelo, Jesucristo. Mediante la influencia del Espíritu, se transforma la enemistad hacia Dios en fe y amor, el orgullo en humildad. El ser humano percibe la belleza de la verdad, y Cristo es honrado por la excelencia y perfección del carácter. Al efectuarse estos cambios, prorrumpen los ángeles en arrobado canto, y Dios y Cristo se regocijan por las personas formadas a la semejanza divina.— Mensajes para los jóvenes, cap. 11, p. 39.