Un padre cristiano es el lazo que une a su familia, vinculándolos estrechamente al trono de Dios. Nunca ha de decaer su interés por sus hijos. El padre que tiene hijos varones no debería dejarlos totalmente al cuidado de la madre. Es una carga demasiado pesada para ella. Ha de ser amigo y compañero de ellos. Debería esforzarse por protegerlos de las malas compañías. Puede ser difícil para la madre ejercer autocontrol. Si el esposo ve que la debilidad de su esposa está poniendo en peligro la seguridad de sus hijos, él tiene que llevar una parte mayor de la carga, haciendo todo lo que está de su parte para conducir a sus muchachos a Dios.—The Review and Herald, 8 de julio de 1902.
LAS MADRES NO HAN DE BUSCAR LA EMOCIÓN DEL MUNDO
Las madres que tienen que disciplinar mentes juveniles y formar el carácter de sus hijos, no debieran buscar la emoción del mundo con el fin de estar alegres y ser felices. Tienen una tarea importante en la vida, y tanto ellas como los suyos deben utilizar de su tiempo
en forma provechosa. El tiempo es uno de los valiosos talentos que Dios nos ha confiado y del cual nos pedirá cuenta. Derrochar el tiempo es malograr la inteligencia. Las facultades de la mente son susceptibles de gran desarrollo. Es deber de las madres cultivar sus propias inteligencias y conservar puros sus corazones. Debieran aprovechar de todos los medios a su alcance para su mejoramiento intelectual y moral, a fin de estar preparadas para educar la mente de sus hijos. Aquellas que satisfacen su inclinación a estar siempre en compañía de alguien, se sentirán pronto incómodas a menos que hagan visitas o las reciban. Estas madres no tienen la facultad de adaptarse a las circunstancias. Los deberes sagrados y necesarios del hogar les parecen vulgares y faltos de interés. No les agrada el examen o la disciplina propias. La mente anhela las escenas cambiantes y emocionantes de la vida mundanal; se descuida a los hijos por complacer las inclinaciones, y el ángel registrador escribe “siervos inútiles”. Dios se propone que nuestras mentes no carezcan de propósito, sino que hagan el bien en esta vida.—EC 25 (1872).