No es solo nuestro privilegio, sino nuestro deber, cultivar la mansedumbre, para que la paz de Cristo esté en el corazón, y como pacificadores y seguidores de Cristo sembrar una preciosa semilla, que producirá una cosecha para la vida eterna. Los profesos seguidores de Cristo pueden poseer muchas cualidades buenas y útiles; pero su carácter queda muy deformado por un temperamento falto de bondad, displicente y juzgador. El esposo o la esposa que abriga sospecha y desconfianza, crea disensión y dificultades en el hogar.
Ninguno de ellos debiera reservar sus palabras amables y sonrisas únicamente para los extraños, y manifestar irritabilidad en el hogar, destruyendo así la paz y la alegría.—Nuestra Elevada Vocación, 181 (1894).
DEBE EVITARSE EL LENGUAJE VULGAR
Padres y madres, esposos y esposas, les ruego que no se dejen dominar por pensamientos bajos y lenguaje vulgar. Las palabras rudas, las bromas bajas, la falta de cortesía en la vida de hogar, dejarán una impresión sobre ustedes, y si se repiten con frecuencia suficiente, llegarán a ser una segunda naturaleza. El hogar es un lugar demasiado sagrado como para contaminarlo con vulgaridad, sensualidad y recriminaciones. Hay un Testigo que declara: “Conozco tus obras”.
Permitan que el amor, la verdad, la bondad y la paciencia sean las plantas que se cultiven en el jardín del corazón.—Carta 18b, 1891.
NUNCA MANIFIESTE RUDEZA O FALTA DE BONDAD
¿Nunca manifiesta usted rudeza, falta de bondad y falta de cortesía en el hogar? Si manifiesta dureza en su hogar, no importa cuán elevada pueda ser su profesión, usted está quebrantando los mandamientos de Dios.—The Review and Herald, 29 de marzo de 1892.