Para la mayoría de la gente, hablar es una de las cosas más fáciles del mundo. La boca se abre, las cuerdas vocales vibran, los labios y la lengua forman sonidos y, se genera la comunicación. Aunque es fácil de hacer, es mucho más difícil de controlar. Cuando surgen sentimientos fuertes, es fácil expresarlos con palabras hirientes y tonos ásperos.
Este problema no se limita a los no cristianos. Como señala acertadamente Santiago: «Con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así» (Sant. 3: 9-10). El hecho de que este sea un problema común no lo hace aceptable. Va en contra de la realidad de la naturaleza: ¿Cómo puede un manantial producir agua dulce y amarga? ¿Cómo puede una higuera producir aceitunas? (vers. 11-12). No pueden.
Cuando de la misma boca salen bendiciones y maldiciones se da evidencia de un corazón obstinado; un corazón que aún necesita una entrega más profunda, una limpieza más profunda por parte de Dios. En lugar de centrarse en el fruto del problema (las palabras), es fundamental entregarle a Dios la raíz del problema (el corazón).
Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2022. 2do. trimestre 2022 INVERSO Lección 6 «LA PARTE MÁS PELIGROSA DEL CUERPO» Colaboradores: Israel Esparza & Mayra Cota