No ofender con las palabras es una señal de gran madurez cristiana (Sant. 3: 2). a el profundo grado de entrega de una persona a la transformación que Cristo mismo realiza. Las palabras de la persona muestran esto porque «de lo que abunda en su corazón habla su boca» (Luc. 6: 45). Jesús también dijo que la contaminación proviene de lo que expresa la boca, porque «lo que sale de la boca viene del corazón» (Mat. 15: 18, NVI). Por lo tanto, un discurso limpio es evidencia de un corazón limpio.
A pesar de su pequeño tamaño, la lengua tiene un enorme impacto. Así como se puede controlar a un caballo por la embocadura y un gran barco por el timón, la persona que habla también se siente movida e impactada por sus propias palabras. Y no solo el que habla se ve afectado, también otros se ven afectados. Así como la gente puede sentirse edificada y fortalecida por palabras dichas con bondad, recibiéndolas como agua vivificante o dulce miel para el alma (ver Prov. 16: 24; 18: 4), también pueden llenarse de ira y sentirse profundamente heridas por una palabra mal dicha, especialmente cuando se expresa en el ardor de un momento de ira (Prov. 12: 18; 15: 18).
Curiosamente, algunas de las reprimendas más duras de Jesús a sus discípulos se produjeron como resultado de lo que ellos habían dicho. Después de tratar de disuadir a Jesús de ir a la cruz, Pedro recibió la respuesta: «¡Apártate de mí, Satanás, ¡pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres» (Mat. 16: 23). Jesús vio claramente la raíz del problema: Pedro no estaba atento ni estaba priorizando las cosas correctamente, lo cual lo llevó a decir lo que dijo.
Luego de que los residentes de una aldea samaritana despreciaran a Jesús, Santiago y Juan le sugirieron que hiciera descender fuego del cielo para consumirlos. Jesús los reprendió nuevamente, agregando: «Ustedes no saben de qué espíritu son» (Luc. 9: 55, NBLA). Una vez más, el problema se expresa en sus palabras: estaban siendo impulsados por el espíritu equivocado.
Santiago no recomienda ninguna técnica de autoayuda para este problema. En cambio, bastante acongojado, concluye que «nadie ha podido dominar la lengua» (Sant. 3: 8). Es imposible para los seres humanos cambiar nuestras palabras por la misma razón que nos es imposible cambiar nuestros propios corazones. Solo Dios puede producir un cambio tan sobrenatural. Al igual que Isaías, cualquier hijo de Dios puede ver la inmundicia de sus propios labios y de los que lo rodean (ver Isa. 6: 5), y se le puede dar el corazón nuevo que se promete a todos los que se entreguen a él (ver Eze. 36: 26). Este profundo cambio de corazón es lo que trae cambios duraderos tanto en palabras como en hechos.
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