«Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas». Efesios 2:10, RVC
QUE NADIE TENGA EL CONCEPTO limitado y estrecho de que cualquier acto humano puede ayudarlo en lo más mínimo a liquidar la deuda de su transgresión. Este es un engaño fatal. Si usted desea comprenderlo, debe con humilde corazón examinar la expiación. Este asunto es tan poco comprendido, que miles y miles de personas que pretenden ser hijos de Dios son hijos del diablo, debido a que dependen de sus propias obras. Dios siempre pide buenas obras, la ley las exige, pero debido a que el ser humano se colocó en pecado donde sus buenas obras no valen nada, puede servir únicamente la justicia de Jesús.— Manuscrito 50, 1900, p.4.
Pero ¿es que las buenas obras no tienen un valor real? El pecador que cada día peca con impunidad, ¿es considerado por Dios con el mismo favor que aquel que, mediante la fe en Cristo, procura obrar en su integridad? Las Escrituras responden: «Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efe. 2: 10). En su disposición divina, mediante su favor inmerecido, el Señor ordenó que las buenas obras sean recompensadas. Somos aceptados únicamente a través del mérito de Cristo; y los actos de misericordia, las obras de caridad que realizamos, son el fruto de la fe, y se convierten en una bendición para nosotros, porque los seres humanos deben ser recompensados según sus obras. Es la fragancia del mérito de Cristo la que hace que nuestras buenas obras sean aceptas ante Dios y es la gracia la que nos capacita para hacer la obra que él recompensará. Nuestras obras carecen de todo mérito por sí mismas. […] No merecemos gracias de parte de Dios. Hemos hecho únicamente lo que era nuestro deber hacer, y nuestras obras no podrían haber sido realizadas con las fuerzas de nuestras propias naturalezas pecaminosas.— The Review and Herald, 29 de enero de 1895, p. 65.
Cristo puede salvar hasta lo sumo. […] Lo único que el ser humano puede hacer en favor de su salvación es aceptar la invitación: «El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22: 17). El ser humano no puede cometer ningún pecado por el cual no se haya hecho el pago en el Calvario.— Manuscrito 50, 1900, p. 4.