Ambos padres transmiten a sus hijos sus propias características, mentales y físicas, su temperamento y sus apetitos […]. Los que beben alcohol y los que usan tabaco pueden transmitir a sus hijos sus deseos insaciables, su sangre inflamada y sus nervios imitables, y se los transmiten en efecto. Los licenciosos legan a menudo sus deseos pecaminosos, y aun enfermedades repugnantes, como herencia a su prole. Como los hijos tienen menos poder que sus padres para resistir la tentación, hay en cada generación tendencia a rebajarse más y más.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 604 (1890).
Como regla, cada hombre intemperante que cría hijos transmite sus inclinaciones y tendencias malas a su descendencia.—The Review and Herald, 21 de noviembre de 1882; La Temperancia, 151.
LA VIDA PRENATAL DE SANSÓN REGULADA POR DIOS
Las palabras dirigidas a la esposa de Manoa contienen una verdad que las madres de hoy harán bien en estudiar. Al hablar a esta madre, el Señor habló a todas las madres ansiosas y afligidas de aquel tiempo, y a todas las madres de las generaciones sucesivas. Sí, cada madre puede comprender su deber. Puede saber que el carácter de sus hijos dependerá más de sus hábitos anteriores a su nacimiento y de sus esfuerzos personales después del nacimiento, que de las ventajas o desventajas externas.—Consejos sobre el Régimen Alimenticio, 257 (1902).
Dios tenía asignada una importante obra para el hijo prometido de Manoa, y para asegurarle las cualidades necesarias para realizar esa obra, los hábitos de la madre tanto como del niño tenían que ser cuidadosamente regulados […]. El niño sería influenciado para bien o para mal por los hábitos de la madre. Ella misma debía gobernarse por principios y practicar la temperancia y la abnegación, si quería procurar el bienestar de su niño.—La Temperancia, 80 (1890).
EL PADRE Y LA MADRE ESTÁN INVOLUCRADOS
Los padres, así como las madres, están involucrados en esta responsabilidad, y ellos también deberían procurar fervientemente la gracia divina para que su influencia sea tal que Dios pueda aprobar. La pregunta de cada padre y cada madre debería ser: “¿Qué haremos con el niño que nacerá?” Muchos han considerado livianamente el efecto de las influencias prenatales; pero la instrucción enviada desde el cielo a aquellos padres hebreos, y repetida dos veces de la manera más explícita y solemne, muestra cómo el Creador considera este asunto.—The Signs of the Times, 26 de febrero de 1902.