En el sermón sobre el monte Cristo enseñó a sus discípulos preciosas lecciones en cuanto a la necesidad de confiar en Dios. Estas lecciones tenían por fin alentar a los hijos de Dios a través de los siglos, y han llegado a nuestra época llenas de instrucción y consuelo. El Salvador llamó la atención de sus discípulos a cómo las aves del cielo entonan sus dulces cantos de alabanza sin estar abrumadas por los cuidados de la vida, a pesar de que “no siembran, ni siegan.” Y sin embargo, el gran Padre celestial les provee lo que necesitan. El Salvador pregunta: “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). El gran Dios que provee para los hombres y las bestias extiende su mano y suple las necesidades de todas sus criaturas. Las aves del cielo no son tan insignificantes que no las note. El no les pone el alimento en el pico, mas hace provisión para sus necesidades. Deben juntar el grano que El ha derramado para ellas. Deben preparar el material para sus nidos. Deben alimentar a sus polluelos. Ellas se dirigen cantando hacia su labor, porque “vuestro Padre celestial las alimenta.” Y “¿no valéis vosotros mucho más que ellas?” ¿No sois vosotros, como adoradores inteligentes y espirituales, de más valor que las aves del cielo? El Autor de nuestro ser, el Conservador de nuestra existencia, el que nos formó a su propia imagen divina, ¿no suplirá nuestras necesidades si tan sólo confiamos en Él?
Cristo presentaba a sus discípulos las flores del campo, que crecen en rica profusión y lucen la sencilla hermosura que el Padre celestial les dió, como una expresión de su amor hacia el hombre. El decía: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen” (Mateo 6:28). La belleza y la sencillez de estas flores naturales sobrepujan en excelencia a la gloria de Salomón. El atavío más esplendoroso producido por la habilidad artesana no puede compararse con la gracia natural y la belleza radiante de las flores creadas por Dios. El Señor Jesús preguntó: “Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es, y mañana es echada en el horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mateo 6:30). Si Dios, el Artista sublime, da a las flores, que perecen en un día, sus delicados y variados colores, ¿cuánto mayor cuidado no tendrá por aquellos a quienes creó a su propia imagen? Esta lección de Cristo es un reproche contra la ansiedad, las perplejidades y dudas del corazón sin fe.
El Señor quiere que todos sus hijos e hijas sean felices, llenos de paz y obedientes. El Señor dijo: “Mi paz os doy; no según da el mundo, yo os la doy: no se turbe vuestro corazón, ni se acobarde.” (Juan 14:27). “Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo.” (Juan 15:11).
La felicidad que se procura por motivos egoístas, fuera de la senda del deber, es desequilibrada, caprichosa y transitoria; pasa, y deja el alma llena de soledad y tristeza; pero en el servicio de Dios hay gozo y satisfacción; Dios no abandona al cristiano en caminos inciertos; no le deja librado a pesares vanos y contratiempos. Aunque no tengamos los placeres de esta vida, podemos gozarnos a la espera de la vida venidera.