“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29).
En 1989, un terremoto de magnitud 8,2 grados en la escala de Richter arrasó Armenia en menos de cuatro minutos. En medio de la total devastación y el caos, un padre corrió hasta la escuela, donde esperaba encontrar a su hijo. Al llegar, descubrió que el edificio estaba destruido hasta los cimientos. Envuelto en llanto, recordó la promesa que había hecho a su hijo: “Pase lo que pase, yo siempre estaré contigo para ayudarte”.
Y fue allí, justo en la ubicación del aula de su hijo, donde inició su obra de rescate. Otros padres, madres, bomberos y policías, todos con buenas intenciones, querían disuadirlo: “Es demasiado tarde, ya no vale la pena ningún esfuerzo”.
Pero él clamaba: “¿Van a ayudarme?” y seguía excavando piedra tras piedra, escombro tras escombro… Sus fuerzas decaían y las manos le sangraban. Estuvo ocho horas cavando. Doce. Veinticuatro. Treinta y seis. Y, cuando ya llevaba 38 horas cavando, al retirar un gran trozo de piedra oyó la voz de su hijo y lo llamó con todas sus fuerzas: “¡Armando!”
Emocionado, escuchó la voz de su hijo. Era débil, pero segura: “Papá, les dije a los otros chicos que no se preocuparan, que tú nos salvarías. Tú me prometiste que pasara lo que pasara siempre estarías conmigo. Aquí estamos 14 de los 33 alumnos. Tenemos miedo, hambre y sed, pero gracias a Dios estás aquí. Cuando se derrumbó el edificio se formó una cuña, una cámara de aire que nos salvó la vida”.
¡Cuántos yacen bajos los escombros de pecado, ya casi sin oxígeno, sin ninguna posibilidad de salir por sus propios medios!
¡Cuántos necesitados de un equipo de rescate que actúen con urgencia, perseverancia y sacrifico! Somos la única oportunidad de muchos. Nuestro Padre, con corazón sangrante, clama y nos dice: “¿Ustedes me van a ayudar?”
Pablo nos muestra en el versículo de hoy que la elección soberana de Dios por Israel, como así también por todos los creyentes de todos los tiempos, es inmutable porque es la manifestación de su carácter de misericordia expresado en la búsqueda, el rescate y la restauración del pecador. Somos colaboradores con Dios. Como Jesús, debemos buscar y salvar lo que está perdido.
Todas nuestras energías, sueños y prioridades deben ser encauzadas en la obra de salvar a las almas por las cuales Cristo murió, porque “la más alta de todas las ciencias es la de salvar almas. La mayor obra a la cual pueden aspirar los seres humanos es la de convertir en santos a los pecadores” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 310).
Que nuestra respuesta sea tan irrevocable como su amor.