“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios es por la salvación de Israel” (Romanos 10:1).
Se suele llamar “caso perdido” a una persona o situación que ha llegado a un punto limite, sin solución. Pablo se refiere, en Romanos, a aquellos que buscaron su propia justicia en lugar de la justicia de Dios; que confiaron en los méritos propios en lugar de los méritos del Señor; que hicieron las cosas a su manera y no a la manera de Dios; y que siguieron sus planes y no los de Dios. Pero él, como apóstol de Jesucristo, no los consideraba un caso perdido.
Entonces, ¿Qué hizo Pablo con estos judíos equivocados? Hizo tres cosas:
1.-Los trató de hermanos
2.- Tuvo un deseo ferviente de corazón.
3-Oró por su salvación.
Todo esto confirma que Dios no impone ni excluye a nadie de la salvación, sino que la ofrece a todos, de manera reiterada e insistente. El apóstol usa el término “hermanos” muchas veces, y representa afecto, amistad y cariño. Él no deja de quererlos porque ellos lo hayan rechazado. Al contrario, los sigue amando, y el deseo más ferviente de su corazón es su salvación. En las antiguas esculturas romanas, la mano inexperta del escultor podría mal usar su herramienta y producir un defecto en la escultura, que los deshonestos tapaban con cera. Este engaño resolvía momentáneamente el problema, porque cuando el sol calentaba la cera, esta se derretía. En cambio, el escultor honesto que había hecho un trabajo cabal colocaba un cartel con esta leyenda en latín: sine cera. Esto implicaba la ausencia de un elemento que “maquillaba” y ocultaba el defecto. Algunos afirman que este es el origen de la palabra “sincero”. Otros sostienen que proviene de un rostro libre de cera, es decir, de maquillaje. Como sea, lo cierto es que una persona sincera es tal cual se expresa. Es veraz, no esconde nada y sus motivos siempre son puros.
Puede ser que hoy tengas un familiar, un amigo o un hijo que está rechazando a Dios. Quiero decirte que nunca hay un caso perdido para él. No desistas, y sigue el consejo de Pablo: trátalo siempre con afecto y amor, actúa con sinceridad y ora mucho.
“¿Qué se puede hacer para romper el hechizo que Satanás ha echado sobre estas almas? No veo ninguna ayuda, excepto que los padres presenten a sus hijos al Trono de la gracia, en oración humilde y fervorosa, rogando al Señor que se una a sus esfuerzos y a los de sus ministros, hasta que la convicción y la conversión sean el resultado” (Elena de White, El ministerio pastoral, p. 320).