Descansad completamente en las manos de Jesús. Contemplad su gran amor, y mientras meditáis en su abnegación, su infinito sacrificio hecho en nuestro favor a fin de que creyéramos en él, vuestro corazón se llenará de santo gozo, tranquila paz e indescriptible amor. Mientras hablamos de Jesús, mientras lo invocamos en oración, se fortalece nuestra confianza de que es nuestro Salvador personal y amante, y su carácter aparecerá cada vez más hermoso… Podremos disfrutar de ricos festines de amor, y al creer plenamente que somos suyos por adopción, podremos gustar del cielo por anticipado. Esperad en el Señor con fe. Mientras oramos, él atrae nuestra alma y nos hace sentir su precioso amor. Nos aproximamos a él, y podemos mantener una dulce comunión con él. Vemos con claridad su ternura y compasión, y el corazón se quebranta y enternece al contemplar el amor que nos es dado. Ciertamente sentimos que hay un Cristo que mora en el alma. Vivimos en él, y nos sentimos a gusto con Jesús. Las promesas llenan el alma. Nuestra paz es como un río; ola tras ola de gloria inundan el corazón, y, sin duda, cenamos con Jesús y él con nosotros. Tenemos la sensación de que comprendemos el amor de Dios y descansamos en su amor. Ningún lenguaje puede describir esto; está más allá del conocimiento. Somos uno con Cristo; nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Sentimos la seguridad de que cuando se manifieste Aquel que es nuestra vida, entonces también seremos manifestados con él en gloria. Con profunda con- fianza podemos llamar a Dios nuestro Padre.—Comentario Bíblico Adventista 3:1165, 1166.
La oración refresca el alma
Nuestra vida ha de estar unida con la de Cristo; hemos de recibir constantemente de él, participando de él, el pan vivo que descendió del cielo, bebiendo de una fuente siempre fresca, que siempre ofrece sus abundantes tesoros. Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús. A menudo nuestros corazones arderán dentro de nosotros mientras él se acerque para ponerse en comunión con nosotros como lo hizo con Enoc. Cuando esta es en verdad la experiencia del cristiano, se ven en su vida una sencillez, una humildad, una mansedumbre y bondad de corazón que muestran a todo aquel con quien se relacione que ha estado con Jesús y aprendido de él.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 99, 100.