“Este es el día que hizo Jehová; ¡nos gozaremos y alegraremos en él!” Sal. 118:24, RVR 95.
Comenzar el día es una tarea difícil para muchas personas, por diferentes razones. La premura de las cosas por hacer parece ser el primer pensamiento que muchos tienen al despertar. Los deberes, implacables, nos levantan, y pocas veces tomamos el tiempo para disfrutar el significado de un nuevo día. De ese modo, nos sentimos mentalmente cansadas antes incluso de comenzar las actividades de la jornada.
El reloj rige nuestro andar y nos empuja a apurarnos. La lista de cosas por hacer no espera y es el cruel verdugo que se interpone entre el placer de un hermoso amanecer y nosotras. De pronto, casi imperceptible mente, los ruidos de la calle sustituyen a ese silencio en el que podíamos escuchar a la naturaleza alabar al Creador. El correr de los quehaceres hace que nos olvidemos de que el mejor compañero en las faenas diarias es Jesús. Las constantes demandas de los demás nos impiden pedir a Dios su cuidado, protección y dirección para lo que vamos a hacer. En consecuencia, somos presas de la ansiedad que nos provoca una rígida rutina sin el acompañamiento de Dios.
Al abrir los ojos por la mañana, observa tu entorno y agradece a Dios por tu hogar, tu familia, tu cama y por el descanso que te ha permitido tener durante la noche. “Escucha” el silencio del amanecer y conéctate con el Creador, que habla en el silencio. Agradece al Señor por el aire que entra a tus pulmones; por los olores y los colores de la naturaleza que llegan a tu cerebro a través de los sentidos; por la suavidad de tus cobijas; por las oportunidades y las experiencias que te ofrecerá el día y que serán, sin duda, para tu crecimiento personal. Cuando amanezca, canta, ora, ríe, ama, comparte, goza, disfruta y valora el día que te regala Dios.
Los amaneceres terrenales deben hacernos recordar y anhelar el eterno amanecer que disfrutaremos cuando veamos venir en gloria y majestad a nuestro Dios, Creador, Redentor y Sustentador de la vida. Entona con la voz y el alma el canto del cristiano: “Amanece ya la mañana de oro, pronto el rey vendrá; y su pueblo a la mansión del cielo Cristo llevará. Amanece ya la mañana de oro tras la noche terrenal, cuando surgirá del sepulcro abierto vida inmortal” (Himnario adventista, nº 158).