“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a mí en oración y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón” (Jer. 29:11-13, DHH).
Una tarde me senté en una plaza. Se oían las hojas empujadas por el viento sobre la vereda, la roldana que chirriaba, una pareja de ancianos que arrastraban sus pies con los brazos entrelazados, las cadenas de las hamacas que se movían lentamente y, lo más lindo de todo, un niño hablando con su papá.
“Uno, dos, tres”, decía el papá, y lo empujaba con cuidado mientras el niño gritaba de alegría como si fuese partícipe de una tremenda aventura.
“Déjame, que ahora puedo solo”, le indicó el niño la siguiente vez, con una autonomía que me dio risa para su corta edad y estatura. Se envalentonó en el aire sobre la arena, hasta que llegó a la pared de madera que frenaba el trayecto de la roldana.
Imaginé una posible entrevista a ese padre, para saber qué pensaba ante ese hecho, qué planes tenía para su hijo, cuál era su momento favorito del día con él, etc. Lo veía contento por la valentía de su hijo.
El niño subía por los escaloncitos de colores, trepaba por el castillo y se lanzaba vez tras vez por la roldana o el tobogán. El papá simplemente lo miraba y lo acompañaba.
¡Cuántos sueños se gestan en lugares como las plazas! Por medio del juego, los niños van descubriendo qué cosas les gustan e interesan y qué cosas les gustarían hacer al crecer.
¡Cuántos padres sueñan con el futuro de sus hijos al verlos animarse cada vez a más; al verlos volver a ellos cuando se lastiman; al ver su confianza, su inocencia, su alegría!
Nuestro Padre también nos da esa libertad; pero, mientras tanto, nos ve avanzar en silencio, nos acompaña con su presencia y tiene sueños y planes para nuestra vida, mucho mejores de lo que podemos imaginar.
Hoy podemos buscarlo para hacerle saber que estamos interesados en que cumpla esos sueños en nuestra vida.
Quizá también lo imagines decir: “Uno, dos, tres…” Solo asegúrate de que al “salir volando” tengas la certeza de estar en sus manos.