“–Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mat. 16:15, NVI).
Cierto sábado de tarde, un pastor dijo que había tres preguntas importantes que debíamos hacernos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Varias veces luché para responder la primera pregunta, y al leer la Biblia veo que muchos personajes también lo hicieron.
Pero, cuando leemos la pregunta que Jesús hace acerca de su identidad, la formulación es bastante diferente. No imagino a Jesús con una preocupación adolescente acerca de lo que la gente pensaba de él. No es que estuviese sufriendo una crisis de identidad o cuestionando su valor propio. Su identidad y su autoestima no dependían de la opinión de los demás. (Tampoco deberían hacerlo las nuestras.)
Jesús no necesitaba saber quién era o qué pensaba la gente de él, pero los discípulos sí. Nosotros también.
Esta pregunta, además de tan profunda y antigua, es sumamente personal y actual. Es incluso más importante que las otras tres mencionadas. A fin de cuentas, para entender quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, es necesario conocer al YO SOY y tener un concepto claro de lo que creemos y sabemos acerca de él.
Si tenemos una vida diaria de comunión con Dios, no debería ser difícil tener cientos de cosas para decir acerca de él.
El problema es que muchas veces no lo conocemos y nos conformamos con lo que otros nos cuentan de él. O, peor aún, creemos las características negativas que otras personas le atribuyen, distorsionadas por el enemigo. Buscamos nuestras propias respuestas a estos interrogantes en vez de ir a la Roca. Nos valemos de la ciencia para investigar nuestros orígenes y trazamos de forma independiente los planes más sofisticados para llegar hacia donde queremos ir. Y, en el medio, nos olvidamos de que él tiene respuestas para esas tres preguntas y muchas más. Nos olvidamos de que no hay comienzo ni fin que entender, si no conocemos al Alfa y la Omega.
No, Dios no se vale de lo que nosotros creemos de él para existir. Sin embargo, toda nuestra existencia tambalea si no sabemos quién es él.
Su Palabra nos revela una y otra vez características que nos pueden dar fundamento y evidencia suficiente para creer, disipar dudas, generar respuestas a esas tres preguntas nuestras, y dirigir a otras personas a él.