Este sencillo juego hace que designemos esas cosas que vemos como “maravillosas”.
Dios le hizo esta pregunta a Jeremías en una de las épocas de mayor apostasía y rebelión del pueblo de Israel. Él fue llamado a experimentar la soledad, el menosprecio, la burla y el abandono de sus compatriotas. Todo por ver una cosa maravillosa por fe.
Dios le preguntó varias veces: “¿Qué ves?”
En una ocasión, vio una vara de almendro (Jer. 1:11); en otra, una olla hirviente (1:13). Y la última vez, vio higos (24:3). Cada una de estas visiones representaba algo que Dios quería mostrarle en cuanto al futuro de su pueblo y al papel que él desempeñaría como profeta.
En este libro, leemos algunos de los clamores más desgarradores, pero también algunas de las promesas más reconfortantes de la Biblia.
El futuro no parecía muy alentador, pero Dios prometía su compañía. Demandaba firmeza y lealtad, arrepentimiento y conversión, pero la esperanza que contagiaba era tan brillante, que le permitía a Jeremías vislumbrar, por fe, lo que sucedería más adelante.
La vida de Jeremías no fue fácil, pero vio en el inminente cautiverio y desolación la perpetua fidelidad y la abundancia provista por Dios para sus hijos.
¿Qué vemos nosotros? Muchas veces, ante las pruebas, la perspectiva no parece precisamente maravillosa. No siempre tenemos esa fe que nos permite ver más allá de lo que está pasando.
Al enfocarnos en nuestra incapacidad para hablar y al insistir en que somos niños, no dejamos que Dios toque nuestra boca y nos envíe. No creemos que el llanto que acompañará nuestra misión nos mostrará al Dios que consuela. No creemos que la soledad que provocará nuestro mensaje nos revelará la constante compañía del Espíritu Santo.
Que nuestra fe nos lleve a ver lo que Dios ve. Que de nosotros también se pueda escribir: “Sin embargo, en medio de la ruina general en que iba cayendo rápidamente la nación, se le permitió a menudo a Jeremías mirar más allá de las escenas angustiadoras del presente y contemplar las gloriosas perspectivas que ofrecía el futuro, cuando el pueblo de Dios sería redimido de la tierra del enemigo y trasplantado de nuevo a Sion” (Profetas y reyes, p. 300).