“El temor del Señor imparte sabiduría; la humildad precede a la honra” (Prov. 15:33, NVI).
Pau Casals fue uno de los músicos españoles destacados del siglo XX. Se lo considera uno de los mejores violoncelistas de todos los tiempos. En la biografía escrita acerca de él, Josep M. Corredor narra una curiosa anécdota de la adolescencia del músico, que nos enseña una gran lección de humildad. Casals cruzó los Pirineos con su madre y sus hermanitos desde España. Iba entusiasmado, pero al llegar a Bruselas se enteró de que quien él quería como profesor no le daría clases. En cambio, este hombre le sugirió que fuera al Conservatorio para que lo oyera un profesor de allí.
Muy desanimado, se presentó de todas formas al día siguiente a la clase del señor Jacobs, quien era en ese momento el profesor de violoncelo. El Conservatorio de Bruselas era el más famoso en ese momento, así que Casals sentía mucha timidez en ese entorno. Se sentó al fondo del aula y, al terminar la clase, el profesor, en tono de burla, le preguntó al petit espagnol si quería tocar algo. Casals, humillado, se levantó, tomó un violoncelo y comenzó a ejecutar “Le souvenir de Spa”, que en ese momento era el caballo de batalla de la escuela belga. De repente reinó el silencio. Todos estaban asombrados. Al terminar, el señor Jacobs le prometió el primer premio si estaba dispuesto a entrar en su clase. Pero el petit espagnol le respondió que, después de los hirientes momentos que le había hecho pasar, no quería quedarse ni un segundo más. Así se fue, y la escuela belga perdió la oportunidad de contar con este prodigio por más tiempo.
Al hablar sobre el rito de humildad, Elena de White dice:
“Hay en el hombre una disposición a estimarse más que a su hermano, a trabajar para sí, a buscar el puesto más alto […]. El rito que precede a la Cena del Señor está destinado a aclarar esos malentendidos, a sacar al hombre de su egoísmo, a bajarlo de sus zancos de exaltación propia y darle la humildad de corazón que lo inducirá a servir a su hermano” (Consejos para la iglesia, pp. 433, 434).
No hace falta esperar a la próxima Santa Cena para arreglar cuentas con alguien a quien le hayas demostrado poca humildad. Hoy Dios quiere enseñarnos a parecernos a él en este aspecto también.