“Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda […] como una escarcha sobre la tierra. […] Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer” (Éxo. 16:14, 15).
La primera queja del pueblo de Israel fue por seguridad. Se hallaban frente al Mar Rojo, con los egipcios pisándoles los talones. Dios abrió el mar, y fueron liberados.
La segunda queja fue por sed. Dios convirtió las aguas amargas en aguas dulces, aptas para beber.
La tercera queja fue por hambre. Dios envió codornices y luego, por primera vez, maná.
Más que ver a un Dios condescendiente con un pueblo caprichoso, vemos a un Padre de amor que satisfacía las necesidades de sus hijos, que les recordaba que su necesidad era motivo constante para buscarlo a él y que los estaba preparando para una gran lección.
La pirámide de Maslow nos muestra que hay necesidades básicas que deben ser suplidas a fin de que se puedan trabajar las necesidades superiores.
Dios enseñó esto con milenios de anticipación. “Dios estaba elevándolos del estado de degradación […] para encomendarles importantes cometidos sagrados” (Patriarcas y profetas, p. 298).
Es interesante ver que el pueblo, a pesar de las claras indicaciones respecto de la cantidad que debía juntar y de su forma de conservar el maná, desobedeció y probó hacer las cosas a su manera. Hoy no somos muy diferentes de ellos, y haríamos bien en recordar de forma visible, con pequeñas acciones, que entendemos que este día es especial y diferente.
En su libro Soy Jesús, Vida y Esperanza, el doctor Daniel Plenc menciona que quizá los dos panes que muchos judíos colocan sobre la mesa cada sábado recuerden la doble porción de maná que caía el viernes y que alimentaba a las familias los sábados. También dice que con el maná podemos recordar “lecciones del esfuerzo cotidiano por la búsqueda del pan y de la necesidad del reposo y la gratitud; enseñanzas acerca del empeño y la responsabilidad, así como de la confianza y la entrega” (pp. 22, 23).
Hoy no cae pan del cielo, pero Dios todavía nos recuerda la importancia de separar un tiempo en la semana, de forma intencional, con preparación y expectación, para dedicarnos a buscarlo a él, el Pan de vida.