“Y él dijo: –¡Ay, Señor! Envía, te ruego, a cualquier otra persona. Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: –¿No conozco yo a tu hermano Aarón, el levita, y que él habla bien?” (Éxo. 4:13, 14, RVR 95).
Moisés había recibido una gran educación. En la corte del Faraón se le había enseñado todo lo referente al Gobierno y a la sucesión del trono, con todo lo que eso implicaba. En Patriarcas y profetas, en el capítulo dedicado a este personaje, leemos que era el favorito del ejército egipcio y un incansable estudiante. Estaba a la altura de grandes discusiones políticas y religiosas, y tenía argumentos irrefutables para presentarles a sus opositores paganos.
No, Moisés no tenía mucho que envidiarle a nadie.
Sin embargo, las cosas habían cambiado. Ya había pasado por el desierto de Madián, por su escuela de humildad y mansedumbre, rodeado no de riquezas pomposas, sino de una arena infinita quebrada por la figura y el balido de las ovejas que tenía a cargo.
Ahora, cuando Dios estaba listo para usarlo en la liberación de su pueblo, Moisés presentaba excusa tras excusa. Visto desde afuera, parece un diálogo irrisorio. A fin de cuentas, estaba hablando con el Rey del Universo, el Capacitador por excelencia, para quien no hay nada imposible.
Cuando estaba en Egipto, pensaba en las penurias de su pueblo y hasta buscó hacer justicia por mano propia. Pero, dada la oportunidad ahora, rehuía asumir la responsabilidad que Dios le encargaba.
Es posible que alguna vez te hayas sentido en una situación un tanto similar. Quizá no se te haya encomendado una misión de esa envergadura, pero seguramente Dios tiene un plan para tu vida que va a requerir que te pongas completamente en sus manos, que aceptes tus debilidades y que reconozcas que, con su poder, podrás lograrlo.
Dios conocía a Aarón y conocía sus fortalezas también, pero aun así estaba eligiendo a Moisés. Su hermano no era alguien con quien debía compararse, sino un compañero de trabajo. Formarían un trío que comunicaría el plan de liberación y, más importante, lo efectuaría.
No hay excusas que asusten a Dios. Permítele que te use, a pesar de tus aparentes defectos, y recuerda que, así como tiene un plan para ti, tiene un plan para tus hermanos. Ponte a su servicio con humildad y mansedumbre, como lo hizo Moisés, y entérate de su gloriosa estrategia para hoy. Quiere enviarte a ti.