“Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho” (Luc. 2:20).
Son muchas las lecciones que podemos sacar de los primeros encuentros con Jesús, aunque no hayan consistido en charlas profundas.
Las primeras personas que vieron a Jesús, después de María y José, fueron los pastores.
Los ángeles estaban expectantes en el cielo. Casi no podían aguantar las ganas de contar las buenas nuevas al mundo, y esperaban la señal para hacerlo. Cuando en la ciudad nadie parecía estar listo para recibir a Jesús, los pastores, en las colinas a las afueras, lo tenían como centro de su conversación y oraban para que viniera. Estos trabajadores solitarios, acostumbrados a las inclemencias del tiempo y a la responsabilidad del cuidado confiado a ellos, reunían los requisitos para recibir esta noticia que los más encumbrados no tuvieron el privilegio de oír por su soberbia.
No hubo debate sobre la naturaleza de los ángeles ni dudas respecto al mensaje celestial. En vez de una reunión de escepticismo, nos enseñaron con su inmediata y rápida caminata hacia el pesebre que ellos sabían quién les había hablado y creían lo que se les había dicho.
¡A ellos se les reservó el privilegio de ese cuadro maravilloso en el cielo y esa bienvenida nocturna en la Tierra!
“El cielo y la Tierra no están más alejados hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles. La humanidad sigue hoy siendo objeto de la solicitud celestial tanto como cuando los hombres comunes, de ocupaciones comunes, se encontraban con los ángeles al mediodía, y hablaban con los mensajeros celestiales en las viñas y los campos” (El Deseado de todas las gentes, p. 32).
Los pastores no conversaron directamente con Jesús. Quizá solo lo hayan visto dormir plácidamente. Pero lo cierto es que este primer encuentro con él los marcó para siempre y alcanzó para que, sin dudas en el corazón, salieran a contar lo que habían visto. Alababan al mismo Dios al que habían estado orando hacía unas horas, y al que ahora habían visto en forma de bebé.
Hoy tienes el privilegio de hablar con el mismo Dios de esta historia, de ser más consciente de la compañía de los seres celestiales que nos rodean, y de cumplir sus instrucciones, así como lo hicieron los pastores esa noche siendo embajadores de las buenas nuevas.