Versículo para memorizar: “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (Filipenses 4:4).
Mensaje: Adoración es gozarse en la presencia de Dios.
¿LO SABÍAS? Mientras Jesús estuvo en la tierra, Dios habló tres veces desde el cielo diciendo que Jesús era su Hijo amado.
Mateo 17:1-13; El Deseado de todas las gentes, cap. 46, pp. 395-399.
¿ Has dormido alguna vez al aire libre? Dormir al aire libre es divertido… si brilla la luz de la luna o tienes una lámpara de mano. Pero estar afuera en la oscuridad puede causar temor.
Al final de cierto día, los discípulos se disponían a descansar pero Jesús llamó a Pedro, Jacobo y Juan y les dijo: —Vengan, suban conmigo a la montaña. Entonces guió a sus tres amigos hacia la cima. Al llegar a la cima, los discípulos tal vez se preguntaron por qué Jesús los había llevado a esa caminata a la hora de dormir. Tal vez hasta pensaron: “¿Por qué nosotros tres?” Pero de pronto sus ojos no pudieron apartarse de Jesús. Se olvidaron de todo lo demás al ver cómo se transformaba Jesús ante sus ojos. Una resplandeciente luz celestial cubrió a Jesús. Su rostro brilló como la luz del sol reflejada en un cristal. Sus vestiduras eran como de un manto de fina seda, como el de un rey. Los pliegues de su vestidura resplandecían en tonos violetas. La luz era tan brillante, que los discípulos no se pudieron mover. Mientras ellos observaban, dos hombres de apariencia también luminosa se pusieron al lado de Jesús. Tal vez uno de ellos llevaba una bolsa de cuero atada al cinturón. Y quizás el otro llevaba un cayado, como cuando guiaba a los israelitas a través del Mar Rojo.
—¿Elías? ¿Moisés? —se preguntaron asombrados los discípulos. Luego supieron sin lugar a dudas que verdaderamente Elías y Moisés habían ido a animar a Jesús.
¡Qué cosa más extraña y maravillosa estaba ocurriendo! ¡Era tan difícil de creer! ¡Elías y Moisés habían ido a hablar con Jesús! Pedro sintió que iba a explotar si no se lo contaba a alguien. ¿Qué podía hacer para celebrar su alegría por Jesús? —Señor, ¡es tan bueno y maravilloso estar aquí! —dijo Pedro, lleno de emoción—. ¿Quieres que construyamos tres albergues? ¿Uno para ti, otro para Elías y el otro para Moisés? Justamente entonces una luminosa nube los envolvió. La brillante luz transformó las partículas de vapor de agua en millares de diamantes que danzaban en los tonos del arco iris. Y de entre esta deslumbrante belleza, se escuchó la voz de Dios: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo!” (Mateo 17:5). La fuerte y profunda voz sacudió la montaña. Los discípulos cayeron al suelo, asustados. Pensaron: “Seres pecadores como nosotros no podemos estar en la presencia de Dios”. Y como lo habría hecho cualquier otro ser humano, cerraron los ojos por temor a lo que pudiera pasar en la presencia de un Dios santo. Pero lo siguiente que sintieron fue el suave toque de Jesús, quien les dijo: —Levántense —y con tono de simpatía y bondad añadió—, no hay nada que temer. Pedro, Jacobo y Juan se levantaron y miraron a su alrededor. Moisés y Elías se habían ido.
La luz se había desvanecido y Jesús les decía que regresaran con él por el camino por donde habían subido a la montaña. Tal vez los discípulos comenzaron a comentar sobre lo que habían visto. Pero Jesús les indicó que no hablaran de aquello hasta que el Hijo del hombre resucitara (Mateo 17:9). En su camino de regreso para encontrarse con el resto de los discípulos, le hicieron muchas preguntas a Jesús. Él les explicó algunas de las cosas que no entendían. Jamás olvidarían la gloria que habían visto aquella noche. Siempre recordarían el gozo reverente que habían sentido. Nunca olvidarían que habían estado en la presencia de Dios.