Las reuniones sociales pueden ser en elevado grado provechosas e instructivas cuando los que a ellas asisten tienen el amor de Dios en sus corazones, cuando se reúnen para expresar pensamientos en cuanto a la Palabra de Dios, o para considerar los métodos para el progreso de su obra y para hacer bien a sus prójimos. Dios es honrado, y los que tienen parte en estas reuniones son refrigerados y fortalecidos cuando el Espíritu Santo es considerado un huésped bienvenido a estas reuniones, y cuando no se dice o hace nada que lo haga retirar entristecido.
Pero hay reuniones sociales de carácter diferente donde se ven con demasiada frecuencia el orgullo de la apariencia, hilaridad y frivolidad. En su deseo de divertirse, los que asisten a ellas corren el peligro de olvidar a Dios, y ocurren cosas que hacen llorar a los ángeles que las observan. El escenario de placer llega a ser, momentáneamente, su paraíso. Todos se entregan a la hilaridad y la alegría. Los ojos chispean, las mejillas se sonrojan; pero la conciencia duerme.