La paz y la armonía de los atrios celestiales no serán contaminadas por la presencia de alguien que sea descortés o rudo.—The Signs of the Times, 140 (1904).
En el cielo todo es noble y elevado. Todos buscan el interés y la felicidad de otros. Ninguno se dedica a velar por sí mismo y a cuidarse a sí mismo. El principal gozo de todos los seres santos es presenciar el gozo y la felicidad de aquellos que los rodean — Testimonies for the Church 2:239 (1869).
Me pareció estar allí donde todo era paz, donde jamás pueden entrar los conflictos tormentosos de la tierra; a saber, en el cielo, un reino de justicia donde están congregados todos los santos y puros y bienaventurados, diez mil veces diez mil y miles de miles, viviendo y caminando en intimidad feliz y pura, alabando a Dios y al Cordero que está sentado en el trono.
Sus voces estaban en perfecta armonía. Nunca se hacen daño unos a otros. Los príncipes del cielo, los potentados de este poderoso reino, solo son rivales en el bien, en buscar la felicidad y el gozo mutuos. El mayor allí es el menor en autoestima, y el menor es el mayor en su gratitud y en su riqueza de amor.
No hay errores oscuros que nublen el intelecto. La verdad y el conocimiento—claros, vigorosos y perfectos—han ahuyentado toda duda, y ninguna penumbra de duda arroja su sombra funesta sobre sus felices habitantes. No hay voces de contienda que contaminen la dulce y perfecta paz del cielo. Sus habitantes no conocen tristeza, ni dolor, ni lágrimas. Todo está en perfecta armonía, en perfecto orden y en perfecta bienaventuranza […].
El cielo es un hogar donde la simpatía mora en cada corazón y es expresada en cada mirada. Allí reina el amor. No hay elementos desagradables, ni discordia o contenciones o guerra de palabras.— Manuscript Releases 9:104-105 (1882).