Los jóvenes deberían ser gobernados por principios firmes, para que perfeccionen debidamente las facultades que Dios les ha dado. Pero los jóvenes siguen tanto y tan ciegamente los impulsos, sin tomar en cuenta los principios, que se hallan constantemente en peligro. Puesto que no siempre pueden tener la dirección y protección de padres y guardianes, necesitan ser enseñados a confiar en sí mismos y tener dominio propio. Deben ser enseñados a pensar y actuar de acuerdo con principios concienzudos.