La futura morada de los justos y su recompensa eterna son temas elevados y ennoblecedores para la meditación de la juventud. Deteneos a pensar en el maravilloso plan de la salvación, en el gran sacrificio hecho por el Rey de gloria para que seáis elevados por los méritos de su sangre, y seáis finalmente exaltados, por la obediencia, al trono de Cristo. Este debería ser el tema de la más noble meditación de la mente. El ser puesto en gracia con Dios, ¡qué privilegio!…
Jóvenes amigos, vi que con una ocupación y diversión como ésta, podríais ser felices. Pero el motivo de vuestra inquietud es que no acudís en busca de la felicidad a la única fuente verdadera. Estáis siempre procurando encontrar fuera de Cristo el gozo que sólo se encuentra en él. En él no hay esperanza frustrada. ¡Cómo se descuida el precioso privilegio de la oración! La lectura de la Palabra de Dios prepara la mente para la oración. Una de las principales razones de vuestra escasa disposición para acercaros a Dios mediante la oración es que os habéis incapacitado para esta obra sagrada leyendo historias fascinadoras que han excitado la imaginación y despertado pasiones impuras. La Palabra de Dios llega a ser insípida, se olvida la hora de la oración. La oración es la fuerza del cristiano. Cuando está solo, no se encuentra solo; siente la presencia de Aquel que ha dicho: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días”.
Los jóvenes necesitan precisamente lo que no tienen; esto es, religión. Nada puede sustituirla. De nada vale la sola profesión de religión. Los nombres están registrados en los libros de la iglesia terrena, pero no en el libro de la vida. Se me mostró que no hay uno entre veinte jóvenes, que sepa lo que es la religión experimental. Viven para servirse a sí mismos, y sin embargo profesan ser siervos de Cristo; pero a menos que rompan el hechizo que está sobre ellos, se darán pronto cuenta de que es suya la suerte del transgresor. En cuanto a abnegación o sacrificio por la causa de la verdad, han hallado un camino mucho más fácil que pasa por alto estas cosas. En cuanto a los ruegos fervientes acompañados de lágrimas y clamor a Dios por su gracia perdonadora y porque les dé fuerza para resistir las tentaciones de Satanás, han encontrado que es innecesario ser tan fervientes y celosos; se pueden arreglar bien sin ello. Cristo, el Rey de gloria, iba con frecuencia a las montañas y los lugares desiertos para presentar a su Padre el pedido de su alma; pero el hombre pecador, en quien no hay fuerza, piensa que puede vivir sin tanta oración.—Testimonios para la Iglesia 1:503-505.