El que creó al hombre y comprende sus necesidades indicó a Adán cuál era su alimento. «He aquí —dijo— que os he dado toda hierba que da simiente. y todo árbol en que hay fruto de árbol que da simiente, seros ha para comer». Génesis 1:29. Al salir del Edén para ganarse el sustento labrando la tierra bajo el peso de la maldición del pecado, el hombre recibió permiso para comer también «hierba del campo». Génesis 3: 18.
Los cereales, las frutas carnosas, las oleaginosas y las legumbres constituyen el alimento escogido para nosotros por el Creador. Preparados del modo más sencillo y natural posible, son los comestibles más sanos y nutritivos. Comunican una fuerza, una resistencia y un vigor intelectual que no pueden obtenerse de un régimen alimenticio más complejo y estimulante (El ministerio de curación, pp. 227, 228).
Si los hombres fuesen hoy sencillos en sus costumbres, y viviesen en armonía con las leyes de la naturaleza, como Adán y Eva en el principio, habría abundante provisión para las necesidades de la familia humana. Habría menos necesidades imaginarias, y más oportunidades de trabajar en las cosas de Dios. Pero el egoísmo y la complacencia del gusto antinatural han producido pecado y miseria en el mundo, por los excesos de un lado, y por la carencia del otro (El Deseado de todas las gentes, p. 334).
Cada bendición que se nos concede demanda una respuesta hacia el Autor de todos los dones de la gracia. El cristiano debiera repasar muchas veces su vida pasada, y recordar con gratitud las preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor, sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo parecía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba por desmayar. Debiera reconocer todo esto como pruebas de la protección de los ángeles celestiales. En vista de estas innumerables bendiciones debiera preguntarse muchas veces con corazón humilde y agradecido: «¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?» Salmo 116:12.
Nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes debieran dedicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendiciones. Cada vez que se obra en nuestro favor una liberación especial, o recibimos nuevos e inesperados favores, debiéramos reconocer la bondad de Dios, expresando nuestra gratitud no solo en palabras, sino, como Jacob, mediante ofrendas y dones para su causa. Así como recibimos constantemente las bendiciones de Dios, también hemos de dar sin cesar (Historia de los patriarcas y profetas, p. 185).
Al trabajar, debemos ser colaboradores con Dios. Nos da la tierra y sus tesoros, pero nosotros tenemos que adaptarlos a nuestro uso y nuestra comodidad. Hace crecer los árboles, pero nosotros preparamos la madera y construimos la casa. Ha escondido en la tierra la plata y el oro, el hierro y el carbón, pero solo podemos obtenerlos mediante el trabajo perseverante…
Aunque Dios ha creado todas las cosas y las dirige constantemente, nos ha dotado de un poder que no es enteramente diferente del suyo. Se nos ha concedido cierto dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. Tal como Dios sacó del caos la tierra con toda su belleza, nosotros podemos extraer poder y belleza de la confusión (La educación, pp. 214, 215).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2021. 2nd Trimestre 2021 LA PROMESA «EL PACTO DEL DIOS ETERNO« Lección 1: «“¿QUÉ OCURRIÓ?”» Colaboradores: Esther Jiménez & Meri Ruiz