Nos acercamos a Dios por invitación especial, y él nos espera para darnos la bienvenida a su sala de audiencia. Los primeros discípulos que siguieron a Jesús no se satisficieron con una conversación apresurada en el camino; dijeron: “Rabí… ¿dónde moras?… Fueron, y vieron dónde moraba, y se quedaron con él aquel día”. Juan 1:38, 39.De la misma manera, también nosotros podemos ser admitidos a la intimidad y comunión más estrecha con Dios. “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. Salmos 91:1. Llamen los que desean la bendición de Dios, y esperen a la puerta de la misericordia con firme seguridad, diciendo: “Tú, Señor, has dicho que cualquiera que pide, recibe; y el qué busca halla; y al que llama, se le abrirá”.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 107, 108.
Una necesidad y un privilegio extraordinario
Cuando están en dificultades, cuando son asaltados por fieras tentaciones, tienen el privilegio de la oración. ¡Qué exaltado privilegio! Los seres finitos, de polvo y ceniza, admitidos por la mediación de Cristo en la cámara de audiencia del Altísimo. Con tales prácticas, el alma es colocada dentro de una sagrada proximidad con Dios y es renovada en conocimiento y verdadera santidad y fortalecida contra los asaltos del enemigo.—Conducción del Niño, 441.
Los que han profesado amar a Cristo no han comprendido la relación que existe entre ellos y Dios… No comprenden cuán grandes privilegios y necesidades son la oración, el arrepentimiento y el cumplir las órdenes de Cristo.—Mensajes Selectos 1:156.