“Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde” (Romanos 10:21).
El Cristo Redentor, considerado como uno de los mayores monumentos simbólicos de América del Sur, es una obra de arte que plasma a Jesucristo, localizada en el extremo del cerro del Corcovado, a 709 metros sobre el nivel del mar, en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil. Levantado en un lugar paradisíaco, fue elegido en 2007, en una votación por Internet y por teléfono, como una de las siete maravillas del mundo moderno. En 2012, la UNESCO consideró al Cristo Redentor como patrimonio mundial de la humanidad.
El Cristo Redentor tiene una altura de 38 metros (30 del monumento y 8 del pedestal) y equivale a un edificio de 13 pisos. Sus brazos se extienden por 28 metros de ancho. El monumento puede resistir vientos de 250 km por hora. Más allá de la simbología y de la imponencia de esta obra de arte, este Cristo Redentor es de hierro y piedra: un Cristo que extiende sus brazos, pero su rostro no ve, sus ojos están cerrados y su corazón no siente nada. Todo es de piedra.
En el texto de hoy, Pablo vuelve a citar a Isaías para expresar el amor y la paciencia de Dios, a pesar de la desobediencia y la rebeldía de su pueblo. Jesús, el verdadero que está en el cielo, tiene hoy y cada día sus brazos abiertos y extendidos. Son brazos de protección, de compasión, de misericordia y de perdón. Son los brazos que nos formaron y que un día, también extendidos, fueron clavados en una cruz por nosotros.
Elena de White afirma: “Dios, en Cristo, diariamente está rogando a los hombres que se reconcilien con él. Con los brazos extendidos, está listo para recibir y dar la bienvenida no solo al pecador sino también al pródigo. Su amor agonizante, manifestado en el Calvario, es la seguridad que tiene el pecador de aceptación, paz y amor.
Enseñe Ud. estas cosas en la forma más sencilla para que el alma entenebrecida por el pecado pueda ver la luz que brilla del Calvario” (Mensajes selectos, t. 1, p. 209).
Los brazos de Cristo están siempre extendidos para todos los pecadores, sean desobedientes, rebeldes o pródigos; y ofrecen un abrazo protector y salvador. Su rostro, el mismo que fue “coronado” con una tiara de espinas, nos mira con ternura ofreciendo restauración y vida nueva. Sus ojos, siempre abiertos, atentos a cada uno de sus hijos como si fuera lo único que tuviese que atender en todo su Universo.
Querido lector: Este Cristo no está afectado por huracanes, vientos o rayos. Más bien, tiene capacidad de calmar aun las más furiosas tormentas que podrían afectar tu vida. Sus brazos están extendidos. Déjate abrazar.