No se obtiene la justicia por conflictos penosos, ni por rudo trabajo, ni aun por dones o sacrificios; es concedida gratuitamente a toda alma que tiene hambre y sed de recibirla. “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed… sin dinero y sin precio”. “Su justicia es de mí, dice Jehová”. “Este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, Justicia Nuestra”. Isaías 55:1; 54:17; Jeremías 23:6.
No hay agente humano que pueda proporcionar lo que satisfaga el hambre y la sed del alma. Pero dice Jesús: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás” Apocalipsis 3:20; Juan 6:35…
Al modo como el viajero fatigado que, hallando en el desierto la buscada fuente, apaga su sed abrasadora, el cristiano buscará y obtendrá el agua pura de la vida, cuyo manantial es Cristo (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 20, 21).
La salvación es un don gratuito, y sin embargo ha de ser comprado y vendido. En el mercado administrado por la misericordia divina, la perla preciosa se representa vendiéndose sin dinero y sin precio. En este mercado, todos pueden obtener las mercancías del cielo. La tesorería que guarda las joyas de la verdad está abierta para todos. “He aquí he dado una puerta abierta delante de ti declara el Señor, la cual ninguno puede cerrar”. Ninguna espada guarda el paso por esa puerta. Las voces que provienen de los que están adentro y de los que están a la puerta dicen: Ven. La voz del Salvador nos invita con amor fervoroso: “Yo te amonesto que de mi compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico”. Apocalipsis 3:8, 18.
El evangelio de Cristo es una bendición que todos pueden poseer. El más pobre es tan capaz de comprar la salvación como el más rico; porque no se puede conseguir por ninguna cantidad de riqueza mundanal. La obtenemos por una obediencia voluntaria, entregándonos a Cristo como su propia posesión comprada…
No podemos ganar la salvación, pero debemos buscarla con tanto interés y perseverancia como si abandonáramos todas las cosas del mundo por ella (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 88, 89).
Vivir para el yo es perecer. La codicia, el deseo de obtener beneficios personales, separa el alma de la vida. El espíritu de Satanás es acaparar, atraer hacia el yo. El Espíritu de Cristo es dar, sacrificar el yo por el bien de los demás.
En la vida de aquel que sigue al Salvador no puede haber una búsqueda egoísta…
El verdadero cristiano trabaja incansablemente y en forma desinteresada para su Maestro. No busca la tranquilidad o la complacencia de sí mismo, sino que somete todo, aun la vida misma, al llamamiento de Dios. Y para él se pronuncian estas palabras: “El que perdiere su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 10:39 (Nuestra elevada vocación, p. 289).