“Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí” (Romanos 14:7).
Un “No” y un “Sí”. No vivimos para nosotros, sí vivimos para el Señor. Simple de enunciar, difícil de aplicar. Hay dos maneras de mirar la vida: con lentes egoístas o con lentes altruistas.
El enfoque egoísta es individualista, materialista, temporal, y genera tensiones, miedos, luchas, fobias y odio. Mirar la vida usando lentes oscuros limita nuestra visión del exterior. El egoísmo es el germen del orgullo, y este de la misma ruina. Es un amor exagerado por uno mismo. Fue esto lo que echó a perder a Lucifer. El sentimiento del superhombre no lleva ni a servir ni ayudar al prójimo.
En contraste, Cristo usó otros lentes. Unos bien claros, con una mirada que prioriza al otro. Por eso manifestó que el que pierde la vida por su causa es el que la gana. El altruismo es procurar el bien del otro, de manera desinteresada; incluso en contra del bien propio. La actitud altruista es espiritual, con perspectiva eterna; por lo tanto, genera confianza, paz, fe, esperanza y amor.
Otros proponen un camino intermedio, algo así como “altruismo egoísta”. Se basan en la premisa de que el mandamiento divino “amarás a tu prójimo” es imposible de cumplir. Cambian la frase amar al prójimo por la frase ganar el amor del prójimo. Esto es, un altruismo interesado, con el egoísmo camuflado; en esencia, puro egoísmo. Y esto no sirve ni para el que lo ofrece ni para el que lo recibe. No cambia el corazón, solo la conducta exterior; funciona intermitentemente y, a la larga, no permanece.
Pablo afirma que nadie vive para sí. El compromiso de gratitud es tan grande que se vive para este o no se vive para nada. Vivir pensando en el otro es la evidencia de la presencia de Cristo en nuestra vida. Él nos compró por el infinito precio de su sangre, y nos compró para que seamos suyos. Sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. No es en aspectos aislados o intermitentes. El propósito de la existencia es no vivir para nosotros, y vivir por el Señor y para él.
Dios no nos ha creado para vivir aislados, sino para tener compañerismo con otros. Construir la relación con Dios es construir también puentes hacia los demás. Sé comprensivo con los demás, busca maneras de ayudar, invita a personas a tu casa para orar y estudiar la Biblia, y realiza actos de bondad sin esperar nada a cambio.
Algunos se cuidan, como un abrigo nuevo guardado en el armario, sin uso, vaya a saber para qué ocasión. Solo viven para sí. Qué triste es llegar a anciano con los bolsillos llenos y las manos sin gastar.