“Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve!” (Isa. 1:18, NVI).
Un hombre decidió cruzar los Andes e instalarse en Argentina. No supe si tenía cuarenta o sesenta años. Las pisadas de una vida alejada de Dios le habían dejado huellas más profundas que las arrugas.
Como muchas otras personas en situación de calle, estaba acostumbrado a las miradas de indiferencia. Pero esa tarde se encontraba con decenas de rostros atentos que escuchaban su testimonio con avidez en una pequeña iglesia.
Los miembros del grupo “Ayuda Urbana” le habían brindado auxilio y, sobre todo, esperanza. Esa tarde, él miraba una pared blanca y lloraba. La pared proyectaba la imagen de su madre, que hablaba en un video casero.
Hacía seis años que este hombre no escuchaba esa voz familiar. Y, en esta ocasión, esa voz le decía: “Hijo, vuelve a casa. Entrégate a Dios. Deja las cosas malas que estás haciendo. Vuelve a casa”.
Él lloraba. Se pasaba la mano por la cara con cierta desesperación y no ocultaba la conmoción interna que estas palabras le causaban.
El mismo hombre que había grabado el video, que había cruzado la cordillera, encontrado su casa y conocido a su madre, ahora se acercó para abrazarlo y repetirle la invitación.
Para sorpresa de los presentes, que nos sentíamos en medio de un programa televisivo de encuentros inesperados, además de abrazarlo le ofreció llamar por teléfono a su madre. Todos fuimos testigos de esa interacción, ahora en vivo, y pudimos escuchar a la mujer decir una vez más: “Hijo, vuelve a casa”.
Él, gozoso, respondió: “Cualquier día de estos vuelvo”.
La madre agregó: “…pero vuelve cuando ya estés bien. Recupérate primero y luego ven”.
Pocas veces vi una mirada de desilusión tan grande en el rostro de alguien.
Sin pretender conocer o juzgar el dolor y el accionar de esta mujer, me quedé con su frase y con la reacción de su hijo.
¡Cuán importante es recordar que Dios nos invita a que vayamos como estamos! Hoy también nos dice: “Hijo, vuelve a casa”.
¡Claro que quiere transformarnos! Pero antes quiere que vayamos a él. Sin “peros”.
No sé con cuál de los personajes de esta historia te identificas más. Pero la invitación divina es para todos y es actual. ¿Qué responderás?