“Nunca se apartará de tu boca este libro de la Ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito en él” Jos. 1:8, RVR 95.
Es imposible no reconocer el papel insustituible de la mujer en el quehacer actual de la sociedad, desde la que se encuentra en la trinchera de su hogar como madre y esposa, hasta aquella que sale cada día a trabajar para contribuir al bienestar familiar.
El mundo actual exige compromiso, y debemos asumirlo con propiedad desde lo que somos. Muchas lo han olvidado; otras conscientemente desechan lo que las hace mujer, tomando una postura con rasgos masculinos.
Las mujeres comprometidas comenzaron haciendo un compromiso con ellas mismas: aceptar que son únicas en todos los aspectos de su naturaleza. Acepta que eres única, diferente a los demás. Nadie en el mundo es exactamente como tú. Triunfas, fracasas, buscas, creces, logras. Tu manera de ver, oír, tocar, saborear, sentir, pensar, moverte, hablar y escoger son tus compañeros, tus armas para avanzar hacia lo desconocido.
El compromiso con la vida nos pone a cada paso en la disyuntiva de tomar decisiones; seamos asertivas, aunque a la vez con algo de cautela y precaución. Como dice Virginia Satir: “Busquemos lo que nos es útil; desechemos lo que no sirve. Exploremos lo que necesitamos, lo que todavía no tenemos; démonos permiso para crear. Esta es la esencia de la vida”.
No esquives la “novedad” por miedo a fracasar; cada día trae cosas nuevas que aprender y disfrutar. Sin embargo, no olvides que Dios no nos usa por los grados académicos que tengamos, sino más bien por un corazón humilde, inclinado a hacer su voluntad bajo cualquier circunstancia.
Sé una inspiración para las mujeres que te observan; no consideres a nadie como inferior a ti, pero tampoco te veas a ti misma como alguien insignificante. No intentes cubrir tu baja estima exagerando los errores de las demás, jactándote de tus aciertos.
Dios dice: “Ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Antes bien, cada uno piense de sí con moderación, según los dones que Dios le haya dado junto con la fe” (Rom. 12:3).
Dios bendiga el quehacer que te traerá este día. Antes de comenzar, inclínate reverente ante él y, con humildad, suplica para que su presencia no te abandone.